Ayer el índice de la Bolsa de Valores de Sao Paulo (IBovespa) se tomó un ligero respiro previo a las elecciones de este domingo ganando 1.25% al cierre de la jornada.

 

Fue una bocanada de oxígeno antes de que los casi 143 millones de electores brasileños acudan a las urnas este fin de semana. Un respiro después de que en septiembre el mercado accionario de la mayor economía latinoamericana acumuló un descenso de 12.6%, caída que prácticamente anuló las ganancias de los últimos 12 meses.

 

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El comportamiento bursátil brasileño en el último mes sólo es un reflejo del desacuerdo de los inversionistas y banqueros con las políticas económicas seguidas por la presidenta Dilma Rousseff prácticamente desde que inició su mandato.

 

No es para menos. Al poco tiempo de terminado el Mundial de Futbol -que hay que decir que sólo trajo nuevos dolores de cabeza a Rousseff- la economía brasileña fue declarada en recesión técnica después de dos trimestres consecutivos de contracción. Y si bien el gobierno espera un crecimiento de 0.9% para el año, los analistas del sector privado son mucho más pesimistas y piensan que apenas lo hará en 0.3%; lo que sería uno de los peores años para la economía en mucho tiempo.

 

Pero la racha de un pobre crecimiento económico del gigante sudamericano viene desde 2011 cuando creció 2.7%, mientras que en 2012 y 2013 el crecimiento fue de 1 y 2.5%, respectivamente.

 

Sin embargo, el tambaleante crecimiento brasileño no es lo único que se le critica a Dilma Rousseff, la heredera de Lula da Silva. En su búsqueda por reanimar la economía, contener los movimientos sociales y detener la caída de su popularidad de cara a la reelección, ha ampliado el déficit público y aplicado nuevos subsidios, además de financiar con importantes recursos públicos programas de bienestar, en detrimento de los proyectos de infraestructura previstos.

 

No fue casualidad entonces el ascenso meteórico de su rival Marina Silva, del Partido Socialista Brasileño, a la muerte del candidato Eduardo Campos en un trágico accidente aéreo. La ambientalista, ex militante del Partido del Trabajo y ex ministra del presidente Lula da Silva, tiene una posición mucho más ortodoxa en el manejo de la economía al proponer mayor disciplina fiscal y un banco central fortalecido con menos injerencia del gobierno federal, como ha ocurrido con Rousseff.

 

Por los resultados de las últimas encuestas antes de la elección, todo apunta a que la presidenta se encamina a su reelección, mientras que el “fenómeno electoral” en el que se convirtió Marina Silva durante varias semanas, se desinfla, en buena medida por la intensificación de una campaña del “voto del miedo” desde el partido en el gobierno, principalmente entre los millones de pobres y beneficiarios de los programas de bienestar.

 

De ganar la elección Rousseff en la segunda vuelta, como se prevé, el Partido del Trabajo se convertiría en el de mayor longevidad en el gobierno con cuatro periodos consecutivos en el Palácio do Planalto; desde 2002, cuando llegó por primera vez Lula da Silva a la Presidencia, hasta 2018 cuando terminaría el segundo periodo de cuatro años de Dilma Rousseff.

 

Mucho se juega en la elección de este domingo en Brasil, sobre todo frente a los retos inmediatos de la mayor economía de América Latina y la séptima del mundo.

 

Crecer a tasas aceleradas y reformar a fondo sus instituciones -particularmente en el combate a la corrupción- es impostergable para un gobierno que tiene comprometido su futuro con una política de gasto social multimillonaria. De lo contrario, el proyecto económico que inició Lula está condenado a la medianía.

 

SÍGALE LA PISTA…

 

La primera convocatoria a la Asamblea General Ordinaria de Accionistas del Grupo Financiero Banorte, que se celebrará el próximo 22 de octubre en Monterrey, ya da cuenta en su orden del día del “cambio de un consejero propietario y su suplente”. Léase la remoción de su actual presidente, Guillermo Ortiz.