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La ausencia de hambre como forma de existencia es la única irrefutable. Ninguna otra saciedad coloca tales cimientos para una posible estabilidad física y mental en el ser humano, ni siquiera un sentimiento profundo resulta tan necesario como lo es la comida. La gente se muere de hambre, no de amor.

 

Resulta pertinente señalar la línea que Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957) ha seguido en sus tres últimas obras: en 2012 publicó Entre dientes, un tratado gastronómico donde narra su vocación de comensal. Un año después con Comí, deja plasmada peculiar reflexión de la comida en formato de novela.

 

¿25 mil muertos diarios relacionados con el hambre?, ¿dormirse con el pensamiento de no saber si se va a comer al otro día?, ¿una vida basada en la incertidumbre?, ¿acostumbrarse a nunca tener la seguridad que dentro de 10 horas habrá comida en tu estómago?, ¿tener como única aspiración la supervivencia?, ¿saber de antemano que algunos de los hijos que tengas van a morir?, ¿cómo pretendemos que muchos se interesen en las decisiones políticas si ni siquiera tienen un bocado que les de fuerza para levantar la mirada?…

 

Lo anterior es tan solo una especie de mínima paráfrasis de todo lo que Caparrós se pregunta y contextualiza en poco más de 600 páginas.

 

De antemano plantea su libro como un fracaso, porque hay muchas situaciones intrínsecas que existen sin explicación alguna, porque las historias que cuenta son insuficientes para reflejar la más pura realidad, porque las soluciones en la mayoría de los casos parecieran no ser alcanzables, porque el panorama futuro sugiere en el mejor de los casos una misma línea horizontal. Lo único que le ronda todo el tiempo en la cabeza es que “¿cómo carajos conseguimos vivir sabiendo que pasan estas cosas?”.

 

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