A Kailash Satyarthi, galardonado con el premio Nobel de la Paz 2014, junto a la joven paquistaní Malala Yousafzai, se le reconoce su activismo a ultranza para acabar con el trabajo infantil en el mundo. Es el líder del movimiento que él inició en India y hoy que cuenta con más de dos mil grupos sociales afiliados en 40 países.
Su lucha no ha sido en vano. Hasta ahora logrado liberar del trabajo forzado a unos 80 mil niños.
Éste, dijo, es un grave problema social que logró visibilidad global “en sólo unas horas” tras ser condecorado con el Nobel.
El propio Satyarthi siente que con su elección el Comité del Nobel ha hecho su “mayor reconocimiento a los niños más desfavorecidos, desatendidos y explotados de la tierra”.
Este activista social de formas “gandhianas” advierte de que si bien este asunto representa un “grave problema” para la India, detrás de él existen “muchas dimensiones globales y razones metódicas”.
Insiste en que su país aún debe trabajar más duro, pero se dijo optimista de que al menos su Nobel sirva para que la industria corporativa comprenda que el trabajo infantil “no puede continuar siendo un problema invisible”.
“”Le doy las gracias al comité Nobel por este reconocimiento del sufrimiento de millones de niños”, dijo, en sus primeras declaraciones recogidas por la agencia Press Trust of India.
Un impulso de la primera infancia
Tuvo que aprender de su propia experiencia, algo “muy duro” al no tener “nada ni a nadie” que le marcase el camino a seguir. “No sabía qué hacer ni cómo hacerlo, porque (por aquel entonces) el empleo infantil no era un problema ni en mi país ni en ningún otro lugar del mundo”, indicó.
El empate de Satyarthi y Yousafzai fue bien recibido por la comunidad internacional, debido a que ambos luchan fuertemente contra la desigualdad y la injusticia.
Satyarthi, a sus 60 años, es el presidente y el rostro más conocido de la Marcha Global contra el Trabajo Infantil ( Global March Against Child Labor www.globalmarch.org), que organiza manifestaciones para denunciar el trabajo en condiciones de semiesclavitud de los niños indios en fábricas.
Junto a su activismo en favor de la educación de los menores, su condición de ciudadano indio de religión hindú fue otra de las características valoradas por la Academia Sueca para concederle el galardón.
Su trabajo ha sido reconocido antes con numerosas distinciones como el galardón internacional español Alfonso Comin, en 2008; el Premio Internacional de Derechos Humanos Robert F. Kennedy de Estados Unidos, o el Premio Internacional Derechos Humanos Fredric Ebert de Alemania, entre otros.
Resistencia civil de largo aliento
“Recuerdo que cuando comencé a luchar en contra de la explotación infantil hace unos 20 años la cifra global alcanzaba los 250 millones de niños y ha bajado hasta los 168 millones“, declaró en declaraciones recientes. Se ha reducido en 82 millones.
Su país, India, es el que tiene mayor incidencia, con 50 millones de niños trabajadores. Y según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), del total de menores empleados, 85 millones lo hace en labores peligrosas.
En 1983 fundó la organización sin fines de lucro Movimiento para Salvar la Infancia o Bachpan Bachao Andolan (BBA) y en 1998 lideró una movilización civil que reunió a cerca de 7.2 millones de personas y que dio lugar al nacimiento de Marcha Global.
Después, intentan que los menores lleven una nueva vida y les forma para que a se conviertan en activistas por los derechos de la infancia.
Por último, Satyarthi intenta hacer conciencia a los consumidores tanto en India como en el resto del mundo para que no consuman productos fabricados con el trabajo de menores.
La etiqueta “Rugmark“ certifica que las alfombras indias que se venden en el extranjero no han sido fabricadas con mano de obra infantil.
Unirán fuerzas por paz en Cachemira
Al conceder el premio a un indio y una paquistaní, el comité del Nobel pretendió acercar a estas dos potencias nucleares enfrentadas desde hace décadas por la región de Cachemira, dividida entre ambos países.
De hecho, el anuncio de los laureados llegó en medio de una de las mayores violaciones al alto al fuego acordado en 2003 entre estas naciones, en la que más de 20 civiles murieron a ambos lados de la frontera.
El activista nacido en el estado indio de Madhya Pradesh cree que “las tensiones, la violencia, las confusiones y dudas” que caracterizan la relación de su país con su “vecino más cercano” es un asunto primordial.
Por ello, cuando hoy se puso al teléfono con Malala le trasladó su interés por encontrar formas entre los dos para aumentar la conciencia contra la violencia en la zona.
“Es muy importante para los dos trabajar codo con codo, por eso la he invitado a aunar esfuerzos por la paz en nuestra región”, indicó con decisión.
Agregó que a Malala la que “quiere” y considera como “una hermana pequeña o una hija”.