Sería absurdo intentar hacer una reseña del Corona Capital, así, como si hubiera un Corona Capital. En realidad, hay múltiples festivales dentro de una misma edición; entre los grupos que cada quien escucha, el itinerario elegido, sus acompañantes, la buena o mala fortuna, cada quien asiste a un Corona diferente.
Todas estas variantes se bifurcan y ramifican sin un centro definitivo, como el rizoma de Deleuze y Guattari. Así que ésta, en su carácter fragmentario, es un una lectura de algunos de los puntos de intensidad, a partir de los cuales se pudieron derivar varias perspectivas del Corona.
Guitarras fuera de temporada
En los años 70, cuando todo mundo deseaba ser un virtuoso guitarrista y la música estaba plagada de requintos, cosas como Kraftwerk debieron sonar como sacadas de otro mundo. Hoy es al revés; a lo largo de las presentaciones del Corona (CC14) pudimos corroborar la predominancia de los sintetizadores, las cajas de ritmo.
Las honrosas excepciones, entonces, resaltaron con más brillo: principalmente Jack White –con un nuevo look que debió hacer que muchos se preguntaran si en realidad se trataba del ex White Stripe– y St. Vincent –estrenando también corte y color de cabello–, escoltados por uno que otro solo –en muchos sentidos solitario– de guitarra a cargo de grupos como White Denim o The Ghost of a Saber Tooth Tiger; requintos que, para quien corría para ver otro acto, se alcanzaban a escuchar a lo lejos, provenientes no sólo de otros escenarios, sino como si llegaran de otro tiempo.