Ayer el estimado del precio de la mezcla mexicana de exportación calculado por Pemex fue de 77.09 dólares por barril, que es el menor precio registrado desde 2010 y representa una caída de 18.50% sobre el precio promedio de este año.
En esta ocasión la tendencia bajista no parece ser un asunto coyuntural. En poco más de tres meses el precio de la mezcla mexicana ha caído 22%, siguiendo el camino de las cotizaciones petroleras en el mundo que se hunden a la par que una gran parte de la economía mundial sigue dando muestras de no salir de su letargo.
Particularmente ayer fue un día negro para el mercado petrolero. El Brent cayó 4.3%, el mayor descenso en un solo día desde septiembre de 2011, llevando su precio hasta los 85.04 dólares por barril, un precio no visto desde noviembre de 2010. Esta vez la caída fue atribuida a reportes que prevén una baja demanda petrolera en el mundo hacia el próximo año; precisamente el año en que el gobierno mexicano ha previsto que inicie el repunte económico derivado de las reformas legales.
En México esta noticia sobre los vaivenes negativos del mercado petrolero adquiere una particular importancia por la fuerte sensibilidad de las finanzas públicas a los ingresos derivados del petróleo.
Los altos precios internacionales registrados en los últimos cinco años -que incluso superaron los 100 dólares por barril durante largos periodos- le permitieron al gobierno más que compensar la consistente caída en la plataforma de producción petrolera en todos estos años. Fue una ilusión financiera derivada de la burbuja de precios petroleros en el mundo.
Pero la burbuja comenzó a desinflarse desde junio pasado evidenciando la fragilidad de las finanzas públicas derivada de políticas energéticas y fiscales equivocadas, bajo la conveniente idea de la “eternidad de la riqueza petrolera”. Una maldición que por décadas cayó sobre la planeación de las políticas públicas.
A pesar de la caída de la producción petrolera la dependencia fiscal sigue pesando. Los ingresos públicos representan 22% del PIB y los ingresos petroleros alcanzan 7.3% del PIB, es decir, un tercio de los ingresos totales.
Una proporción suficiente en los ingresos públicos como para que todas las miradas se posen sobre el precio estimado del petróleo para el año que viene. Y es que en los cálculos de Hacienda, -en sus Criterios Generales de Política Económica 2015- un dólar adicional (o de reducción) en el precio del petróleo equivale a tres mil 800 millones de pesos o, lo que es lo mismo, a 0.02% del PIB.
Pero no sólo es el precio del petróleo, también la producción no verá incrementos significativos hasta bien entrado 2016, jugándole una mala pasada a las finanzas públicas y poniendo en entredicho la fortaleza financiera del gobierno que pronosticó la calificadora Moody’s.
Según el gobierno, la plataforma de exportación seguirá cayendo -marginalmente- en 2015, como lo viene haciendo desde 2010. Hacienda ha calculado que el país exportará el próximo año 25 mil barriles diarios menos de petróleo que en 2014; es decir, apenas un millón 90 mil barriles diarios en promedio.
La caída en cuestión de cinco años es estrepitosa. Apenas en 2010 el país exportó un millón 361 mil barriles diarios en promedio y en 2015 este volumen de exportación habrá caído 20%, que sumado a la caída esperada en los precios internacionales, causará un problema a las atribuladas finanzas públicas que han debido recurrir a peligrosos niveles de deuda para financiar un presupuesto de gasto que -año con año- rompe el récord del más alto de la historia.
El petróleo pudo ser bendición o maldición para el desarrollo del país. En México, en épocas de vacas gordas o de vacas flacas, ha sido -consistentemente- más lo segundo, por obra y gracia de nuestra clase política.
FELICIDADES
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