No imaginábamos que la crisis política podría superar a la económica. Ocurre. No imaginábamos que de su ejercicio cotidiano Mariano Rajoy decidiera abandonar el correspondiente a Cataluña.

 

Como opositor fue implacablemente anticatalán. Hace siete años, su musculatura retórica se asimilaba al terreno de la oposición frente al gobierno de Zapatero. Sí, el personaje que lo venció 72 horas después de los atentados en la estación de trenes de Atocha, Madrid, el 11 de marzo de 2004. Para Mariano Rajoy, no sólo José Luis Rodríguez Zapatero se convertiría en el enemigo político, también lo sería José María Aznar por su torpe y manipulador manejo de crisis durante esas 72 horas en las que trató de industrializar la percepción de que ETA había sido el autor del atentado. Algo que no fue cierto.

 

Hace siete años, Mariano Rajoy salió a las calles a promover el sentimiento contrario al Estatuto catalán. En efecto, un Estatuto que ya había sido legitimado por los catalanes vía referéndum, congreso, y por si fuera poco, por las Cortes Españolas de Madrid. Sólo el PP, con Rajoy como presidente del partido, fue a los tribunales para recurrirlo.

 

A Rajoy le asustó que en el preámbulo del Estatuto apareciera la palabra “Nación”. ¿Quién puede negar que Cataluña tiene los suficientes rasgos propios para considerarse nación?

 

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Pero a Mariano Rajoy no le gustó lo que aprobó dos parlamentos y un referéndum. Lo consideraba anticonstitucional. Siete años después el problema le ha brotado al ahora presidente de España con un agregado. Ya no se trata del Estatuto, se trata de una bomba de tiempo mal identificada.

 

El PP obtuvo la mayoría en las Cortes de Madrid pero hoy ocupa el quinto puesto en la intención de voto dentro del territorio catalán. Con esa debilidad, el presidente Rajoy no le ha llamado al presidente catalán Artur Mas desde hace 70 días. En la soberbia de Rajoy se instala la idea de que los jueces españoles gobiernan Cataluña; que un puñado de togas contendrá el ánimo de dos o tres millones de catalanes que han salido a las calles, durante los últimos tres 11 de septiembre, para manifestarse a favor de un amplio espectro de variables: desde mayor autonomía fiscal hasta la independencia. Ojo, no es la mayoría de los catalanes la que desea la independencia de España.

 

Hace tres años sólo 16% de ellos la deseaban. Hoy ha crecido gracias al silencio de Rajoy hasta un 40-45%, con tendencia creciente. La correlación es clara, a mayor desinterés de Rajoy por resolver la crisis, el porcentaje de catalanes que desea la independencia crece.

 

Hoy, menos de 10% de los catalanes votaría por el PP de Rajoy. Algo le sucede al presidente Rajoy que le impide negociar con Artur Mas.

 

Si el PP baja en intención de voto, la de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) crece. Partido independentista que hoy ya mantiene subyugada a la agenda de Artur Mas. El lunes pasado Mas aventó la toalla de la consulta al degradarla a un ejercicio medio raro: entre una encuesta y algunas audiencias públicas que se llevarán a cabo el 9 de noviembre. Más allá de la liturgia política, Artur Mas aventó la toalla y será ERC, en la persona de Oriol Junqueras, quien la recoja.

 

Lo que vendrá en Cataluña será el adelanto de las elecciones y su naturaleza, ahora sí, será plebiscitaria: Si o no a la independencia. Ahora sí la naturaleza se asemejará a la que vimos en Escocia hace algunas semanas.

 

Romper o no con la Constitución española se preguntarán muchos. Otros saldrán a votar convencidos de que el silencio de Rajoy se trata de un desprecio hacia la autonomía.

 

Ahora sí habrá nerviosismo en el mercado financiero español. La prima de riesgo otra vez se disparará durante la incertidumbre que se asentará sobre España durante los próximos meses.

 

Lo que veremos el 9 de noviembre en Barcelona será la más grande de las manifestaciones que se tengan en la memoria. En efecto, Mas degradó la consulta en encueta por la reacción del Tribunal Supremo pero repito, un puñado de togas no es suficiente para contener el ánimo de la masa.

 

La apuesta de Rajoy será inculcar miedo. La demografía mayor a los 60 años terminará por votar por el statu quo. Evitar el llamado a los cuarteles a toda costa será la premisa básica de toda propaganda electoral.

 

A lo que se llegará pudiéndolo haber evitado si hace siete años Mariano Rajoy no hubiera braceado a contra corriente de dos parlamentos y un referéndum.

 

Recuerdo las posturas antieuropeístas durante los dos gobiernos de Aznar. “Daremos una lección a Europa”, sentenció el entonces vicepresidente Francisco Álvarez Cascos durante el caso de “La Guerra Digital” en contra del empresario Jesús de Polanco. Hoy, Rajoy se escuda en Europa para paliar las múltiples crisis. ¿Quién será el catalán que gobernará a España en el corto plazo?