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Leslie Sarles nació en Arequipa, Perú, en 1978. A los 13 años se mudó a la capital, Lima, donde terminó su carrera, y luego viajó a Europa para seguir con sus estudios en fotografía. Un día de 2012, el diario en el que trabajaba la envío a cubrir la historia de un grupo de inmigrantes haitianos que quedaron a la deriva en la zona fronteriza de Perú y Brasil. Luego de hacer la foto para el diario, decidió retratar a los inmigrantes de manera más personal e íntima. En primer plano.

 

¿En qué momento decides adentrarte en la fotografía?

Siempre me interesó el tema visual. Me gradué en ciencias de la comunicación con especialización en cine. Ambos medios están muy relacionados, y desde muy chica siempre me interesó el tema de la imagen y la dirección de foto en las películas. Durante la carrera seguí cursos que despertaron en mí un mayor interés en la fotografía fija. Al terminar la carrera decidí irme a Londres a seguir con mi preparación en fotografía.

Háblanos sobre La tercera frontera, ¿cómo se concibió este proyecto?

El proyecto nació en 2012 a partir de una comisión del diario para el que trabajaba. Tenía que ir al pueblo de Iñapari, departamento de Madre de Dios, en Perú, a cubrir la historia de 250 inmigrantes haitianos que estuvieron varados allí durante cuatro meses mientras intentaban cruzar la frontera y refugiarse en Brasil. El tema me parecía muy interesante, ya que usualmente estamos acostumbrados a las migraciones que buscan como destino países como Estados Unidos u otros en Europa. Al terminar con el trabajo para el diario, quise seguir con la historia pero con una aproximación más personal e íntima.

¿Las fotos fueron tomadas con cámara digital o análoga?

Con cámara digital.

¿Qué complicaciones técnicas y humanas representa un seguimiento como el que diste a estos inmigrantes?

 

La complicación mayor para seguir el proyecto fue el logístico, ya que resultaba caro llegar hasta Puerto Maldonado en la selva peruana. Una vez ahí era más fácil ya que gracias a la carretera Interoceánica llegabas a Iñapari en tan solo tres horas. Una vez ahí no tuve mayor dificultad. La mayoría de los inmigrantes hablaban español y eran muy abiertos y amigables. Y técnicamente tenía la infraestructura básica para poder trabajar bien.

 

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