El interlocutor podría negarlo, si no fuera, porque quien habla es una de las escasas memorias vivas de la historia de la alta costura, discípulo de Balenciaga, y cuya decana perspectiva exhorta a revisar la facilidad con que “transgresor” y “excepcional”, se utilizan para calificar las propuestas que, dos veces al año, regurgitan las pasarelas.
Vestido con impoluta americana, camisa azul de cuello blanco y gafas ahumadas para protegerse de la luz; su cuerpo acusa el paso del tiempo en la lentitud de sus gestos, aunque conserva una mente clara.
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