Si la muerte va tras de ti, huye. Olvida a tu padre, abandona a tu hijo. Corre lejos, dentro del bosque, donde los gritos de tus hermanos, no te alcancen. Huye del caucho, de la tala, del narcotráfico. Huye del progreso. A cien años de su fuga de los campamentos caucheros, los Mashco Piro, los indígenas aislados del Purús, viven negándose al contacto con la civilización. Desde el 2011, sin embargo, son más frecuentes sus avistamientos. Algo está pasando.
La última vez que estos grupos humanos tuvieron un abierto encuentro con la civilización, era finales del siglo XIX y principios del XX, la humanidad asistía a la producción en masa de autos que, por supuesto, necesitaba llantas, que, por supuesto, necesitaba caucho para su fabricación.
La era de los commoditties en la Amazonía cambiaría abruptamente el orden de las cosas: Los bosques dejaban de ser hogar para sus pobladores originarios y se convertían en reserva de materia prima. Sus habitantes pasaban a ser, con suerte, mano de obra barata; esclavos, con algo menos de suerte. Exterminados, si tenían la mala suerte de ser considerados indios bravos. La ley y el orden de la civilización se imponían con sangre entre los salvajes. Eran tiempos de las correrías.
“No hay dónde más puedan ir, porque ellos son sobrevivientes de la época de las correrías, de la época de los caucheros, (…) ellos son los descendientes de los que se han salvado huyendo a esta zona del Purús”, dice Arsenio Calle, biólogo, investigador y un abierto defensor del derecho a la vida y la integridad de los Mashco Piro. Tiene a su cargo la protección del Parque Nacional Alto Purús, más de 2.5 millones de hectáreas, el territorio más extenso en el que habitan pueblos indígenas en aislamiento voluntario o contacto inicial (PIAVCI), en Perú.
Inmenso, con mucha biodiversidad, y aislado. Tres motivos gravitantes por los que estas selvas resultaron ser un excelente refugio. Purús, el río, no es el resultado de ningún deshielo andino, nace por la abundancia de vida que transpira en el bosque, enfría en la atmósfera su sudor y regresa en forma de lluvia. No existe un enlace fluvial que lo una al resto del territorio peruano. Para ingresar aquí, se debe abordar un vuelo desde Pucallpa, o bajar hasta Brasil y subir por el curso del mismo río. Nunca hubo condiciones que permitieran la extracción a gran escala de sus recursos naturales. La zona es un verdadero milagro de la casualidad, la geografía y los extraños y sorprendentes ciclos de vida de su ecosistema.
Además de los no contactados, existen otros 10 pueblos indígenas asentados a lo largo del medio y bajo Purús. Están también los mestizos, hispanohablantes y descendientes, en su mayoría, de los colonos caucheros que habitan Puerto Esperanza, la capital de la provincia. Representan el 20% de la población local y exigen la apertura de una carretera que una Purús, en Ucayali, con Madre de Dios.
La misma ilusión que tuvo Carlos Fermín Fitzcarrald, el legendario barón del caucho que asoló los bosques amazónicos a principios del siglo XX y murió prematuramente a los 35 años, abortando este sueño integrador. La carretera, aseguran, los liberará del olvido, el aislamiento y la pobreza; lo que de paso, casualidades de la vida o suspicacias de los conservacionistas, abriría un acceso directo a los bosques de caoba más extensos y mejor conservados de toda la Amazonía, territorios que son parte de la ruta por la que transitan los Mashco Piro, nómades que llegan desde la zona de Madre de Dios, atraviesan el Parque Nacional Manu, suben hasta el territorio del Parque Nacional Alto Purús y continúan hacia Brasil.
Si bien la Amazonía es un revoltijo incongruente para nuestros ojos, es también un claro patrón de secuencias para sus poblaciones originarias. Conocimiento ancestral, le dicen, la ciencia viene dando pelea para ponerse al día con estos saberes, y entre otros beneficios, las Áreas Naturales Protegidas del Perú, como los Parques Nacionales, permiten la investigación ordenada de estas verdaderas fuentes del saber.
Y en eso estaba Jesús Kreme, guardaparque del Parque Nacional Manu, cuando en mayo del 2011 realizaba un patrullaje de monitoreo y fue alcanzado por una flecha sin punta, una clara advertencia de los Mashco Piro, de no adentrarse más allá. Eran como 20 individuos, según cuenta, entre hombres, mujeres y niños.
A mediados del 2013, aproximadamente 150 personas no contactadas fueron vistas desde la Comunidad de Monte Salvado, en el río Las Piedras, cerca al lado oriental del Parque Nacional Alto Purús. Lo peligroso del río y la advertencia del oficial de la Reserva Madre de Dios, los disuadió de seguir adelante. Terminaron pidiendo plátano dulce, machetes y ollas. Extraño, los Mashco Piro son excelentes cazadores, recolectores y pescadores, y hasta ahora, la abundancia de especies del bosque había asegurado su dieta.
Además, es sabida la vulnerabilidad de su sistema inmunológico, adaptado para vivir dentro del bosque, pero incapaz de resistir nuestras enfermedades más comunes. Una simple gripe puede arrasar con su población. Nuestro contacto, violento o no, es una verdadera amenaza a su supervivencia. Sin embargo, y pese a su horror por la civilización, los avistamientos son cada vez más frecuentes y ponen en evidencia que su temor por permanecer dentro del bosque, es mayor al de enfrentarnos.
Roberto Ramírez es Mastanahua, se crió con los Sharanahua y es, ante todo, un nahua –hombre en lengua pano-. Su madre fue no contactada y así recuerda sus encuentros con los madereros: “tenía miedo mi mamá, escucha tiro que hacía los madereros y no conocía tremendo madera que sacaban y hacían vial para sacarlo. (…) mientras ellos estaban trabajando mi papá, se iba escondidito, escondidito y ya, le quitaba su arma y se escapaba. Ellos prefieren estar escuchando de lejos, lejos”. Parece que la muerte del bosque se escucha de lejos, hasta que el horror te acorrala y te mata.
Miedo y depredación, así es la convivencia entre el maderero ilegal y el indígena, que en los últimos años ha sumado a la minería y al narcotráfico como nuevos elementos en esta ecuación sobre la destrucción de nuestra Amazonía. Otra vez el trauma de la adaptación. La destrucción de sus patrones de tránsito, huyendo del genocidio silencioso que queda entre el monte y el indígena, tratado como animal por actividades ilegales, que lo ven como un obstáculo para alcanzar sus riquezas.
Nada es igual desde la época del caucho. Los Amahuaca, otro pueblo indígena de la riquísima selva amazónica del Purús, dicen que antes el ronsoco cantaba en su lengua. Nunca más se le volvió a escuchar. Se entiende, en esta historia el bosque fue traicionado por el hombre, y el hombre aprendió que el bosque no lo puede librar de su propia angurria. Podrá el siglo XXI y todos sus adelantos defender a estas personas, o los Mashco Piro están condenados a extinguirse a manos de nuestra desidia.