Romeo LopCam nos presenta la segunda entrega de este espacio quincenal denominado: «1597 razones para aplazar tu suicidio». Pueden leer su entrega anterior aquí.
Juan José Arreola ha corrido con la suerte de los héroes; su nombre se ha utilizado para bautizar calles, escuelas y centros culturales, pero no son muchas las personas que lo leen hoy día, salvo por obligación, al estar incluidos algunos de sus textos en planes y programas de estudio de nivel medio y medio superior.
Este texto es, por supuesto, una invitación a la misma, aunque la principal razón que esgrimiré para ello no figura entre las que suelen mencionarse. Y ésta es que: Arreola es unmisógino de primera categoría. Es decir, al nivel de Oscar Wilde o Arthur Schopenhauer, aunque sin toda esa autoestima, ya que si bien en sus escritos se hace una sátira de la figura de la mujer, al hombre no le va mejor, puesto que éste suele quedar como una figura ridícula.
En este punto sería bueno que pararan esta lectura y buscaran textos como:«Anuncio»,«Parábola del trueque»,«Eva»,«Una mujer amaestrada»,«Insectiada»y «La Migala». Hay más, pero creo que con esta antología bastará para que tengan una idea y se enganchen con —o repudien a (faltaba más)— este pilar de nuestras letras. Aunque si deciden lo segundo probablemente están haciendo una lectura apresurada y superficial.
Y no es porque yo crea que, en este caso, haya que distinguir tajantemente entre la figura del narrador y la del autor, axioma básico para cualquier crítica literaria. Ignoro cómo fue Arreola en su vida privada, pero es menester reconocer que todos sus textos denotan un fuerte componente autobiográfico. Aun así no pienso condenarlo o defenderlo, en términos morales. La buena literatura no está en modo alguno reñida con los vicios y las opiniones deleznables. Pensar lo contrario es ingenuo. Ejemplos abundan.
Bajo las fauces de la Hembra
Hijo de una cultura católica, machista y pueblerina, Arreola se ocupa de la mujer porque le fascina, le intriga y le teme. En sus textos ella es la pecadora; la devoradora de cuerpos; la cónyuge que absorbe la vitalidad, la traidora.
En su mundo, establecer relaciones armoniosas entre los géneros es inviable, ya que los sexos están en guerra. Sin embargo anhela la comunión. Pero cuando ésta se muestra imposible, entonces acepta morir bajo las fauces de la hembra, en una fantasía freudiana que lo devuelve de forma brutal al seno materno. Lean por favor nuevamente «Insectiada» y «La Migala» y vean como en ellos hay una pulsión de muerte tremenda.
Le apasionaban las mujeres, las deseaba, pero no las entendía. En varias de sus intervenciones televisivas se notaba embelesado por la belleza femenina. Quería ser querido, temía ser rechazado o herido (como sin duda lo fue, como sin duda lo hemos sido todos). Y ante la sola idea de ello reaccionaba activando el impulso tanático de autodestrucción en su arte. Entonces blasfemaba sobre el objeto (sí, objeto) de su adoración.
Aunque por otra parte, sus «insultos» hacia la mujer continuamente se vuelven contra los protagonistas masculinos a fuerza de reducciones al absurdo. Las víctimas de sus cuentos misóginos son hombres que caen presos del terror, el embaucamiento y la soledad. Miedosos, tontos y solitarios, éstos viven una existencia atormentada y llena de patetismo.
«Una mujer amaestrada» —quizá el texto más feroz y cáustico de Arreola—, condensa todo lo dicho. En él se insinúa de manera muy sutil el establecimiento de un triángulo amoroso entre el narrador, la mujer y un saltimbanqui polvoriento que la somete simulando violencia física. Mientras que el enano del tambor vendría a ser algo así como el hijo monstruoso de la pareja, fruto de todo ese sadomasoquismo. Hay en este cuento una crítica mordaz hacia la actitud sumisa de una mujer; pero también una burla directa hacia el protagonista que interviene torpemente en una relación enferma, al verse conmovido por la situación.
Caigo en cuenta de que si para estas alturas no han leído los textos, tal vez piensen que la literatura de Arreola es oscura y tenebrosa. Y así es, pero en un nivel profundo, porque lo que resalta en ella a primera vista es el humor y la capacidad para crear artificios formidables. En este sentido, sin exagerar, me parece que está emparentada con la de otros fabulistas geniales, como Franz Kafka, Jorge Luis Borges o Ítalo Calvino.
Y es por ello que los invito a quitarle el polvo a sus libros, que por otro lado no son muchos y se leen de un tirón.