En la pélicula vemos que un hombre disfrazado (supuestamente enviado por Salieri) llega a casa de los Mozart para pedir un Réquiem, entre alucinaciones Wolfgang adopta este encargo como un llamado divino, una misa para su propia muerte. En realidad el hombre misterioso era el abogado del conde Walsegg, que prefería mantenerse en anonimato, dada su costumbre de encargar obras a reconocidos compositores, para después hacerlas pasar por propias, la misa de muertos era para su esposa. Curiosamente el conde era el casero de Puchberg, amigo de Mozart, por lo que el anonimato posiblemente no duró tanto.
A pesar del halo de cuestiones alredor del compositor austriaco, quien aparentemente sano murió joven, lo cierto es que se encontraba fatigado por sus intensas actividades y, tomando en cuenta las precarios remedios médicos – sino contraproducentes – de aquella época, cualquier enfermedad pudo haber hecho mayor escollo de lo que haría hoy en día. Así fue que Mozart, agotado y deprimido, se dio a la tarea de terminar su Réquiem, no con la ayuda de Salieri, con la de su discipulo Süssmayr, quien finalmente terminó la obra. Suele mencionarse que el Réquiem debería de aparecer bajo una autoría doble, Mozart y Süssmayr. Quien acompañara al compositor en su lecho de muerte sería su cuñada Sophie Weber.
Mozart fue retirado de un ataúd reutilizable y enterrado en una tumba con más cuerpos. Pero más que un final dramático, esa era la regla imperial de José II, muchos habitantes terminaron en dichas tumbas que eran vaciadas cada siete años.
Como dato curioso, el mismísimo villano de la película, Salieri, sería con el tiempo maestro de música de Franz Xaver, hijo de Mozart. Tal vez, al final de todo, Constanze no odiaba tanto a Salieri.