El apretado triunfo de Dilma Rousseff en las elecciones presidenciales del domingo pasado en Brasil frente al conservador Aécio Neves, ha colocado al gigante del cono sur, por otros cuatro años, en la lista de las economías latinoamericanas bajo una estricta vigilancia. La razón es que los riesgos de que la economía brasileña se deteriore aún más en los próximos años, se han elevado con la reelección de la protegida de Lula da Silva.
Rousseff ganó por la natural inercia que tiene el candidato en el poder por el voto del miedo al cambio, un factor que generalmente juega a su favor. Pero, además, fueron las promesas de más subsidios para más políticas sociales las que, el domingo pasado, le dieron el triunfo por un estrecho margen.
Sólo ello explica cómo la presidenta brasileña obtuvo la reelección después de un mediocre desempeño de su gobierno en materia económica de únicamente 1.6% anual, de una corrupción rampante en las filas de su gobierno, del deterioro de los programas sociales y de los servicios públicos que provocaron las mayores manifestaciones callejeras en varias décadas en contra de su gobierno y del fracaso que representó la organización del Mundial de Futbol al exhibir una pobre capacidad de gestión para un evento de esta magnitud.
La candidata Rousseff llegó a las elecciones con pobres resultados para convencer y con la animadversión de un sector privado local y extranjero agobiado por crecientes políticas de desincentivo a la inversión.
De allí que los apuros electorales de la presidenta brasileña no fueron menores y polarizaron su discurso recorriéndose hacia promesas de corte populista y de mayor intervención del Estado en la economía, en su desesperación por ganar votos y mantenerse en el poder.
No sólo ha prometido mayores políticas sociales –a todas luces irreales, dada la situación de las finanzas públicas- sino también ha reafirmado la injerencia sobre el banco central, mayores controles sobre los precios y sobre la balanza comercial (en este entorno será muy complicado que México revierta el Acuerdo de Complementación Económica con Brasil para exportar más vehículos a ese mercado), entre otras medidas.
Es decir, las políticas de la presidenta Rousseff se encaminan hacia mayores subsidios, mayor proteccionismo y a un intervencionismo de la economía cada vez más preocupante, siguiendo los caminos de Argentina y Bolivia. Una situación que ha generalizado la desconfianza empresarial provocando que la bolsa de Sao Paulo (Ibovespa) cayera 10% en las últimas dos semanas mientras que el real se depreciaba 2.5% frente al dólar.
Con un crecimiento cercano a cero para este año y con una pobre proyección de un crecimiento económico apenas superior a 1% para 2015, bajo la sombra de una Europa que se sumerge en una nueva recesión y con una economía china aletargada, los buenos augurios para la economía brasileña simplemente se están extinguiendo.
Las elecciones recientes en el gigante del sur dejaron a una Dilma radicalizada y -como titula The Economist en su reciente edición- a un Brasil dividido; cuya única esperanza en materia económica parece ser -aunque remota- que el Partido de los Trabajadores corrija a tiempo algunos de los excesos ofrecidos durante la ríspida campaña electoral.
De no ser así, la economía brasileña habrá entrado en una peligrosa ruta de desequilibrios con consecuencias sobre sus vecinos más cercanos.
SÍGALE LA PISTA…
El senador panista Ernesto Cordero ha propuesto que el Congreso sea obligado por ley a fijar el precio del barril de petróleo en base a la fórmula contenida en la Ley de Presupuesto y Responsabilidad Hacendaria, dejando a un lado las estimaciones que generalmente hacen los legisladores, con motivo de la Ley de Ingresos, basados en cálculos políticos. Tiene razón el senador, es urgente despolitizar una estimación que es de carácter técnico. Lo mismo debería ocurrir con la estimación del tipo de cambio.