Los escondites de la pareja más buscada de los últimos 30 días en México eran en apariencia perfectos. Zonas alejadas del centro de la ciudad, pero con tránsito suficiente para pasar desapercibidos, tiendas cercanas para abastecerse de víveres, la presencia que no resultaba extraña de gente armada, y domicilios solitarios con ventanas cubiertas como si de casas de seguridad se tratara.
“Parece que le temían hasta a la luz del día”, dijo uno de los investigadores de la Policía Federal, corporación que la madrugada de ayer cateó dos domicilios de la delegación de Iztapalapa donde se encontraba el ex alcalde de Iguala, José Luis Abarca, y su esposa María de los Ángeles Pineda, así como una joven que los encubría.
Y, al menos hasta la madrugada de ayer, la fórmula pareció darles resultado, pues ninguno de los habitantes de las colonias Santa María Aztahuacán o Tenorios tenía la más remota idea de que tenían como vecinos a los supuestos responsables del caso que ha derivado en la mayor crisis de seguridad del actual sexenio.
De acuerdo con la versión oficial de los hechos, no fue un aviso de curiosos o pobladores lo que permitió la captura de la pareja, sino el seguimiento de las personas que les brindaban apoyo.
“Aquí no los conocemos ni los hemos visto, nos enteramos por la televisión que resulta que aquí vivían y sí me sorprende, porque vamos, todo mundo sabe que en cada colonia hay gente buena y gente mala, pero vamos… no tan mala”, dijo la señora Maricarmen Pérez, vecina de la colonia Tenorios.
Entre sombras
Alejadas por tres kilómetros de distancia, los dos domicilios en los que ayer agentes federales realizaron las detenciones de los Abarca y su cómplice tienen características similares. De entrada ninguna de las dos casas tenía residentes fijos en últimas fechas, pues los propietarios, la familia Berumen, las rentaban.
Uno de los inmuebles es el ubicado en el número 27 de la avenida Jalisco, en la colonia Santa María Aztahuacán. La propiedad perteneció a Rubén Jordán, quien falleció hace seis años, y a su esposa Angélica Montaño, o Doña Angelita como la conocían en el barrio, quien murió en 2012. Después la propiedad, según los vecinos, fue adquirida por los Berumen.
Es una casa de apariencia modesta, con un portón blanco y con dos ventanas en ambos costados cubiertas con un material de color blanco que hacen imposible que entre la luz. De lado izquierdo hay un primer piso con otra ventana cubierta por cortinas.
Dentro de dicho inmueble hay dos cuartos, en apariencia deshabitados, donde sólo se encontró una docena de perros. Ambos se rentaban. En el piso superior había dos habitaciones con muebles, dos camas y accesorios en su mayoría de mujer. Ahí se presume que vivía Noemí Berumen y posiblemente una de sus hermanas, pues había una credencial a nombre de Ana María Berumen.
La otra propiedad es la de Cedro número 50 en la colonia Tenorios. Inmueble también con un zaguán negro y con todas las ventanas, las de fuera y las del patio interior, cubiertas con distintos materiales que impiden ver al interior. Es un inmueble de tres niveles con una placa exterior que lo identifica como propiedad de los Berumen.
De acuerdo con autoridades federales fue en esta casa donde estaban escondidos los Abarca. “Llegaron los federales encapuchados y sacaron a dos personas, un hombre y una mujer de aquí. Pensamos que no había nadie, que estaba abandonada”, dijo un vecino que pidió reserva con su nombre.
Y entre balas
Los domicilios cateados ayer se encuentran en zonas que cuyas condiciones de seguridad son consideradas por las autoridades como complejas.
En la zona de Santa María Aztahuacán la presencia de gente armada es frecuente. Los avisos oficiales colocados en distintas armas, pidiendo a la gente no portar armas dar disparos al aire, son la prueba de ello. Y es que hace dos años, un disparo al aire efectuado en esta colonia le costó la vida a un niño que se encontraba dentro de un cine.
“La mayoría de los que andan aquí tienen pistola”, dijo Alejandra, una de las vecinas de la colonia.
La realidad en la colonia Tenorios es muy similar, pero con un agregado: es una zona más marginal. Enclavada en el “cerro de las minas” el desorden de sus calles y el trazado poco coherente asemeja incluso a una de las favelas de Río de Janeiro.
“Pues si aquí somos pobres y por no eso todos son delincuentes, lo que sí es cierto es que rara vez sube una patrulla, aquí no se mete la policía”, dijo Maricarmen Sánchez.