Cuando esa masa de músculos corría incontenible hacia el área rival, toda comparación parecía válida: elegante como Rivaldo, contundente como Ronaldo, hábil como Ronaldinho, desequilibrante como el que más.
La carrera de Adriano Leite Ribeiro es, ante todo, una historia trágica, un relato de lo que pudo ser y por muy poco tiempo fue, una fábula de pesadas moralejas.
Nacido en Vila Cruzeiro, uno de esos rincones de Río de Janeiro que refutan la idea de la pacificación de las favelas y las mejoras de condiciones de los más segregados, Adriano fue por breve tiempo el símbolo de todo lo que podía cambiar en la vida de un ser humano con el balón de por medio.
A los 18 años ya había alcanzado el sueño máximo de la mayoría de sus compatriotas: vestir la casaca de la selección nacional. A los 19 años ya había sido transferido al Inter de Milán, que recargaba en su prodigiosa zurda sus anhelos de urgentes títulos. A los 20 ya era apodado “Emperador” y visto como digno compañero de Ronaldo en la ofensiva verdeamarela. A los veintidós ya merecía honores individuales como ser premiado mejor jugador de la Copa América y, un año más tarde, mayor crack de la Copa Confederaciones.
El futuro le pertenecía más que a nadie. Brasil tenía la suerte de contar con los tres cracks más promisorios del balompié europeo, y todos muy jóvenes: Ronaldinho, Kaká y Adriano, tercia de locura que arropaba al legendario Ronaldo (de los cuales, tras Alemania 2006, apenas Kaká volvería a un Mundial y de forma discreta).
Entonces Adriano recibió una noticia terrible y su carrera cayó en un tobogán. En 2006, habiendo recién cumplido los 24 años y cuando apuntaba a la Copa del Mundo como estelar, falleció su padre, golpe del que jamás se levantaría. Vida nocturna, indisciplina, desobligación, abandono de su privilegiada forma física, escándalos.
Hasta antes de ese tristísimo punto de inflexión, anotó más de 150 goles; desde entonces, en medio de despidos y rupturas inmediatas de sus contratos, algo más de 30 tantos: del todo a la nada, siendo 2009 el último año en que jugó con cierta asiduidad.
Ahora, cuando Adriano había cerrado su traspaso al Le Havre de la segunda división francesa, se dio a conocer que está involucrado en una red de tráfico de drogas que opera en su favela natal. Un nuevo desastre en la vida de este personaje al que el futbol no ha podido (o no ha sabido) salvar.
El gran emperador del balón, cuyo imperio eran los goles del futuro, quedó aferrado al trono que ocupó efímeramente en el pasado. Nostalgia pura. El hubiera futbolístico en su máxima expresión. Proyecto ni siquiera inacabado, porque apenas fue empezado.
Un trágico de este deporte, cada vez envuelto en peores problemas.