Hoy, las relaciones con Texas se caracterizan por su dualidad: productivas y beneficiosas en lo económico, pero controvertidas con frecuencia y acaso distantes en lo político, limitando con ello el alcance de una relación con el potencial para convertirse en estratégica.

 

Por su monto, el comercio México -Texas es el más cuantioso en el marco de las relaciones bilaterales. Ningún estado de la Unión Americana comercia más con nuestro país  que Texas y la misma realidad se da a la inversa. Ambos son entre sí sus principales socios comerciales con 195 mil millones de dólares registrados en 2013, es decir, prácticamente el 40% del total de los intercambios bilaterales México – Estados Unidos. Dicha cifra representa más de lo que lo nuestro vecino del Norte le vende a China y de lo que comercia con Alemania y el Reino Unido juntos.

 

En la esfera de las inversiones,  al menos 250 grandes empresas mexicanas y texanas operan en el territorio de una y otra parte. En ese contexto, las reformas estructurales en México abrirán  oportunidades de negocio en sectores como el de la energía y las telecomunicaciones en donde las firmas de Texas son líderes mundiales y eventualmente podrán aprovecharlas generando inversiones de beneficio compartido.

 

Sin embargo, para que dicho escenario cristalice a plenitud será imprescindible que en el plano político exista sensibilidad y ánimo constructivo equivalente al que prevalece en el económico. Actualmente, en la arena política las controversias suelen presentarse de modo recurrente y al no procesarse a través de mecanismos definidos, discretos y funcionales, el corolario resultante es el de la lejanía entre sus líderes y eventualmente sus sociedades.

 

Varios casos ilustran la tendencia actual: el innecesario despliegue de la guardia nacional en la frontera con México derivado del aumento en el número de menores no acompañados procedentes de Centroamérica; las quejas estadounidenses sobre pagos de agua y el incumplimiento de resoluciones judiciales que ha conducido a la inaceptable ejecución de nacionales mexicanos en violación de sus derechos a la asistencia y acceso consular. En estos episodios, suele presentarse el desacuerdo y un discurso disruptivo y de confrontación.

 

De este modo, en los últimos años se han limitado las opciones de cooperación con Texas  y con ello la posibilidad de forjar una relación que podría convertirse, por si sola, en uno de los motores más dinámicos del desarrollo en América del Norte.

 

Para que la interacción entre México y Texas registre un salto cuántico y adquiera una connotación estratégica de ganancias comunes, es necesaria una visión conjunta de progreso y a partir de ello, el diseño de esquemas que promuevan el consenso. Avanzaremos juntos cuando    las diferencias  se procesen de manera institucionalizada, sin lucro político de corto plazo y  con la discreción y el rigor técnico  indispensables para operar con eficiencia.

 

En ese marco, el próximo cambio de gobierno en Texas brinda una gran oportunidad para replantear los términos de la vecindad a través de un enfoque renovado; más  pragmático y ajeno a valoraciones ideológicas, sustentado en la premisa de la cooperación y en la expectativa de la prosperidad compartida.

 

En ese esfuerzo, la comunidad empresarial de Texas puede jugar un papel de gran relevancia sensibilizando a su clase política sobre la conveniencia de un enfoque de tal naturaleza que aliente el progreso regional, ya que al final del día no hay mejor política de seguridad (prioridad central de los gobernantes texanos) que el desarrollo sustentable a ambos lados de la frontera México – Estados Unidos.

 

* Cónsul General de México en Dallas