Interstellar (Dir. Christopher Nolan)
En algún momento de Interstellar -noveno largometraje del londinense Christopher Nolan- uno de los protagonistas lanza esta sentencia: “Hemos olvidado quienes somos… somos exploradores, pioneros, no simples intendentes”. La frase muestra cómo es que Nolan entiende al cine.
El hombre que dio nuevo aliento a las películas basadas en cómics pareciera reprochar con esta frase a una industria que no explora nuevas posibilidades, que se queda tranquila a esperar, año con año, la cosecha de nuevos remakes o secuelas.
Nolan suma así un elemento más a su muy personal definición sobre lo que es y debe ser el cine: el cine es estructura (Memento, 2000), el cine es un truco (The Prestige, 2006), el cine es espectáculo (La Trilogía Batman, 2005, 2008, 20012), el cine es ensoñación (Inception, 2012), el cine exige explorar, tomar riesgos.
La actitud puede parecer petulante, pero habría que aceptar que el hombre tiene como sustentar sus reclamos. Jugando de nueva cuenta en la cancha de Hollywood, arma un blockbuster espacial de $160 millones de dólares con el único objetivo de hablar sobre el amor como única forma de trascendencia en el tiempo y el espacio: el amor como factor de decisión tan válido como podría serlo una ecuación matemática.
Con esas grandes ambiciones, los hermanos Nolan construyen una grandilocuente historia donde el planeta tierra está muriendo lentamente, la comida escasea, y la única salida es comenzar a explorar nuevos mundos para colonizar. Director y escritor no pierden su tiempo en explicaciones sobre cómo es que la humanidad llegó a tal crisis, en qué año estamos o qué sucede más allá de aquel pueblito donde Cooper (Matthew McConaughey), un ex astronauta convertido en granjero, tendrá que decidir entre unirse a una misión en búsqueda de un planeta habitable o quedarse a esperar el final junto con sus hijos.
Nolan explora las galaxias con zapatos robados: filma la danza rítmica del universo, el silencio del espacio, el baile de las estaciones que se acoplan usando ideas robadas al 2001 de Kubrick, incluyendo a su propia versión edulcorada de HAL.
Los vicios del cine Nolanesco siguen presentes con insistencia enfermiza: casi tres horas donde abunda la palabrería sin sentido, la sobre-exposición de conceptos pseudocientíficos ininteligibles, actuaciones desperdiciadas (Nolan sigue sin saber qué hacer con los personajes femeninos); todo ello inmerso en un guión reiterativo, que se torna predecible desde la primera hora y que además no deja de tener fuertes dosis de cursilería.
Y aún con todo ello, los aciertos de Interstellar son mayores, o al menos más trascendentes. Bajo el disfraz de una película de aventuras en el espacio, Nolan encuentra la forma de hablar sobre los temas que le son importantes: el amor, la familia, la necesidad de trascender a través de nuestros hijos, de protegerlos, de verlos crecer, de morir antes que ellos. La resolución de la historia y la consecución de las acciones le importa poco a los Nolan, lo que les importa es poner en jaque a sus personajes, verlos afectados, porque así nos afecta también a nosotros. Más cercana a Spielberg que a Kubrick, Interstellar construye momentos de abrumadora belleza donde es imposible no quebrarse. Conmueve a base de sucesos, edición, ideas y sensaciones, no de discursos ni de CGI.
Si el cine no es más que un cúmulo de momentos, habría que reconocer que Nolan lo ha vuelto a hacer: consigue armar grandes momentos aunque para llegar a ellos sea necesario navegar entre la maleza de su palabrería inútil.
El peor enemigo de Nolan es Nolan mismo; pero ese ímpetu y esas ganas por seguir explorando, seguir arriesgando y no quedarse sentado a simplemente esperar la cosecha de los millones, es algo que debe de celebrarse.
Interestellar (Dir. Christopher Nolan)
3.5 de 5 estrellas