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El cine de Darren Aronofsky presenta personajes en los que se pueden levantar costras que esconden obsesiones, fijaciones paralelas a vidas que amenazan con explotar con su propio peso. Historias que no prometen finales felices, dramas contados con una honestidad que puede llegar a raspar en el público, pero que al mismo tiempo encuentra sus fieles seguidores.
 
El cine del director neoyorquino es la muestra viviente de como el cineasta contemporáneo se adapta a las circunstancias que marcan directamente su obra. Aronofsky comenzó su carrera como cineasta pidiendo prestado dinero a familiares y amigos para poder realizar su primera producción. 100 millones de dólares era el monto que pedía, prometiendo regresarles 150 millones si se lograba el sueño. Juntó 60 mil en total y al final terminaría recuperando una cifra de 3 millones.
 
Desde la primera película -Pi, el orden del caos, 1998-, Aronofsky marcó a la perfección el tipo de cine del que quería realizar. Un estilo que instantáneamente se puede reconocer a lo largo de su filmografía. Una opera prima realizada en 16mm es la muestra de que el cine independiente puede superar los problemas de financiamiento si se tiene una buena historia que contar. Max Cohen (Sean Gullete), es un brillante matemático que realizó su primera publicación científica a los 16 años y su doctorado a los 20. Con todo ese potencial que parece explotar en su prodigiosa mente, vive de manera infrahumana en su casa, atormentado por la gente que lo rodea y que quiere beneficiarse de sus capacidades.
 

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