BERLÍN. Berlín conserva apenas dos de los 155 kilómetros del muro que la dividió 28 años gracias a iniciativas que han hecho prevalecer su voz contra el olvido, frente a quienes querían derribarlo por completo y pasar página al horror que causó.
La pared, físicamente ridícula, discurre anodina en paralelo a una transitada carretera urbana de cuatro carriles y, si no fuera por la nube de turistas que merodea, casi nadie la calificaría de histórica.
Es la “East Side Gallery” (galería del lado oriental) el tramo más largo del Muro de Berlín que queda en pie un cuarto de siglo después de que en 1989 se empezase a descorrer el Telón de Acero que partió en dos Alemania, Europa y el mundo.
Son 1.360 metros, en muchos tramos cubierta de “grafittis” gracias a un concurso internacional que dejó iconos como el conocido “Beso de hermandad” entre el secretario general del Partido Comunista de la URSS, Leonid Breznev, y el presidente de la República Democrática Alemania (RDA), Erich Honecker.
Pero, aparte de este tramo, y otros dos de algo más de 200 metros cada uno -en la Bernauer Strasse y junto a la exposición “Topografía del terror”-, es difícil encontrar en la capital alemana lugares donde contemplar partes completas del muro, curiosamente uno de los mayores reclamos turísticos de Berlín.
En la actualidad están registrados 1.200 vestigios de aquella división, aunque la gran mayoría son apenas unos módulos de hormigón, ni siquiera en su emplazamiento original y profusamente rehabilitados, que dejan frío a quien busca sentir lo que realmente significó el Muro de Berlín.
“Ninguno refleja en la actualidad lo que significó vivir con el muro”, consideró recientemente Axel Klausmeier, presidente de la Fundación Muro de Berlín, en un encuentro con periodistas extranjeros.
Esto se debe en gran medida a que hasta años después de su caída, pocos defendieron la conservación del muro, según los expertos.
“Hay que entender que para muchos berlineses el muro significaba lo mucho que su vida había cambiado de un día para otro. Había familias desgarradas, amistades desgarradas, vecindarios desgarrados. Para mucha gente el muro destrozó su vida”, explica a EFE Eva Söderman, portavoz de la Fundación.
Según las cifras oficiales, al menos 138 personas murieron intentando atravesar la denominada “franja de la muerte”, aunque algunas organizaciones elevan este número por encima de los 1.700.
Una línea doble de adoquines que zigzaguea por el suelo de la capital recuerda aquella frontera intraalemana que ahogaba al antiguo Berlín Occidental, 155 kilómetros de muro que en muchos casos eran sólo una alambrada.
De las 302 torretas de vigilancia que levantó la RDA en la “franja de la muerte” tan sólo quedan cinco en pie, y algunas ni siquiera en su emplazamiento original.
Poco después de que se abriese la frontera, muchos berlineses comenzaron a echar abajo trozos del muro; algunos por pragmatismo, para facilitar el paso entre las dos partes de la ciudad, otros llevados por el odio y el afán de olvidar.
“En 1989 muchos gritaban: ‘¡El Muro debe desaparecer!'”, recuerda Söderman.
Pero poco a poco la sociedad berlinesa fue cambiando de parecer, quizá al tomar distancia, y acabó defendiendo con respaldo público la conservación de varios tramos de la pared en lugares representativos.
En 1991 el Ejecutivo del estado federado de Berlín decidió proteger ciertos tramos, en 1999 se levantó el Centro conmemorativo del Muro de Berlín, situado en la emblemática Bernauer Strasse, y en 2008 se creó la Fundación Muro de Berlín.
De forma paralela han ido despegando las cifras de visitantes al Centro conmemorativo, que se han cuadruplicado en la última década hasta sumar 850 mil personas en 2013.
La inmensa mayoría de los 11,3 millones de turistas que viajaron a Berlín el año pasado tenían en su lista de prioridades visitar los fragmentos supervivientes del Muro, algunos pertrechados con una aplicación para móviles de carácter informativo creada por una agencia pública.
“Es importante conservar al menos una pequeña parte. Berlín no puede convertirse en una ciudad del olvido”, apostilla Söderman, que reconoce que aún hoy “hay muchos berlineses, tanto del antiguo Este como del Oeste, que no quieren ver el Muro”. DM