Los presuntos “Anarquistas” mexicanos consiguieron lo que querían. Ser la primera plana nacional e internacional y en medios electrónicos y digitales. Así que los enmascarados, en nombre de lo que entienden por justicia, arruinan la lucha por la justicia en México.
Hicieron que la manifestación multitudinaria-ciudadana que la tarde del sábado 8 de noviembre había transcurrido de forma exigente y pacífica, pasara desapercibida y junto a ello se fuera a un plano distante la exigencia al gobierno federal para que cumpla con sus responsabilidades y aclare, ya, el tema de los 43 muchachos normalistas desaparecidos el 26 de septiembre en Iguala.
La gran marcha ciudadana había transcurrido indignada pero más en tono de recriminación y de demostración de que la sociedad ya está hasta la coronilla de los abusos y tropelías y chanchullos y enjuagues y corrupciones y complicidades de gobierno y funcionarios de partido con el crimen organizado, que de fatal agresión o provocación. En el ambiente se respiraba profundo. Era tristeza y resentimiento.
Las noticias no eran para menos. Al anuncio del Procurador de Justicia de la República, Jesús Murillo Karam, el viernes 7 de noviembre, de que se habían encontrado cuerpos calcinados en Cocula, Guerrero y que probablemente fueran de los muchachos desparecidos, había indignado a muchos en todo el país…y entristecido a la nación.
Hoy mismo, los padres de los 43 muchachos insisten en encontrar la verdad del paradero de sus hijos. Es justo. Es razonable. Debe ser. Y sin embargo, aun cuando se les ha afirmado que muy probablemente los cuerpos encontrados sean los de sus hijos, también se insiste en que se harán las pruebas de ADN en Austria para garantizar la verdad de lo que se supone.
El gobierno mexicano no estaba preparado para enfrentar una situación de Estado como la que surgió en Iguala. La vieja costumbre de gobernar con discursos inflamados de victoria nunca, como hoy, ha funcionado. Y menos si se dicen en tono de oratoria escolar. La comunicación del gobierno nacional, con los gobernados, ha sido ineficiente porque se sustenta en ocultamientos, en medias verdades, en retraso informativo y en ganas de que lo que pasa aquí no se sepa allá.
De pronto, como en juego de naipes, cayeron todos los propósitos de enmienda de un Ejecutivo que impulsó reformas estructurales a lo largo de más de un año; un año durante el cual el gobierno federal negoció con partidos políticos los sí o no de lo que debe ser el país, aunque a ello subyacen los intereses de cada una de los partidos participantes: no de los ciudadanos. Todo esto pasó a ser letra chiquita en un país cuyas ocho columnas han sido las de la tragedia.
Así que la gente ya ha salido a la calle a gritar y exigir. Es parte de las libertades. Es un derecho que debe respetarse siempre.
Pero ese sábado 8 de noviembre el grupo de encapuchados iba con la intención de desactivar la marcha; de transformarla en beligerancia y en llamar la atención de todos hacia ¿dónde? ¿hacia qué? Y como ellos mismos han declarado: van a lo que van, y para ello llevan formas de agresión y provocación: ¿Para qué?
Ocurrió el primero de diciembre del 2012.Y luego, en adelante, han estado extremadamente beligerantes en diferentes estados críticos de la República; ya mezclados con los maestros de la CNTE-22 o en Michoacán o en Guerrero o en… Esta vez, montados en las demandas de los manifestantes por Ayotzinapa y en contra de su voluntad, decidieron agredir al Palacio Nacional de México: Edificio emblemático del poder político en el país: Asiento del Ejecutivo y kilómetro cero de la Nación mexicana: Fuego en el Palacio.
Muy seguramente la autoridad federal sabe quiénes son estos muchachos y de parte de quién vienen. O por lo menos eso debería de ser porque es un tema de seguridad nacional y si, como se dice, las instituciones funcionan, éstas ya deben estar enteradas de quién está debajo de cada capucha o máscara, y de parte de quién.
El gobierno mexicano, ya federal o local, han decidido no actuar. ¿Prudencia? ¿Debilidad? ¿Complicidad? Y si lo llegan a hacer, es para calmar la indignación popular de quienes ven en esto una agresión y una permanente provocación. Una provocación que podría llevar al caos nacional.
Quienes echan adelante esta forma de expresión extrema sólo consiguen alejar a los ciudadanos de sus propósitos y generarles desconfianza. Será bueno que para saber de qué se trata, se definieran como grupo ideológico y nos explicaran a los mexicanos de qué va el asunto.
La situación mexicana es extremadamente delicada, a pesar del empeño gubernamental de un triunfalismo que no se expresa en la vida colectiva y que ha transformado pareceres, aun de aquellos quienes cobraban por los aplausos internacionales, como la revista The Economist quien no dudó en llevar en su primera plana a un triunfante presidente mexicano, Enrique Peña Nieto y ahora critica su debilidad y promueve la figura de Manlio Fabio Beltrones. Ni más, ni menos.
La cosa está que arde en México. La sensación de agravio e indignación nacional se cortan en el aire. Las expectativas de solución parecen desvanecerse y el cúmulo de fosas sigue apareciendo aquí o allá. Urge la reconstrucción nacional.
Así y todo, el presidente de México se irá del país para atender en China y Australia asuntos de gran importancia para los mexicanos.