El clima político y social se ha enrarecido en el país en los últimos meses, a tal grado que ningún analista económico serio puede afirmar categóricamente que la marcha económica futura no se verá afectada, de algún modo, por ello.
No es casualidad que el Banco de México se haya adelantado a señalar esta problemática como factor potencial que podría limitar el crecimiento, siguiendo a los especialistas encuestados del sector privado que han calificado a la “inseguridad pública” como el mayor riesgo para la economía y a la “incertidumbre política interna” como un elemento a considerar.
Esta percepción pública de temor e incertidumbre que amenaza a la economía es producto de una combinación de hechos preocupantes ocurridos en los últimos meses, junto a una serie de respuestas parciales o equivocadas del gobierno que han alimentado la construcción de escenarios negativos, magnificando la incertidumbre. Es decir, las preguntas han dominado a unas pobres o inexistentes respuestas desde el gobierno.
Le dejo algunas de estas preguntas que están dominando el ambiente:
¿Por qué el presidente Peña Nieto y su gobierno se tardaron tanto en dar una respuesta al caso de los normalistas desaparecidos de Ayotzinapa? ¿Acaso efectivamente prevaleció el cálculo político como sugiere Solalinde?
¿Por qué el gobierno no tuvo, desde el principio, una política clara y conjunta de comunicación para enfrentar la crisis de Iguala y, por el contrario, ha dado tumbos entre declaraciones poco creíbles de un Procurador “cansado”, un secretario de Gobernación desaparecido y un Presidente que sólo ha atinado a lanzar mensajes…?
¿Cuál ha sido la estrategia del gobierno federal para enfrentar la crisis de Iguala? ¿Alguien la conoce?
¿Por qué el Presidente se ausentó del país yendo a China y Australia, en medio de una crisis en ascenso, sin que se dieran a conocer razones convincentes?
¿Por qué el empecinamiento del gobierno en “acelerar” la licitación y asignación de un proyecto de la magnitud del tren México-Querétaro, cuando los cuestionamientos de las empresas participantes arreciaban? Y, en todo caso, ¿por qué la decisión -aparentemente intempestiva de Los Pinos- de cancelar una licitación internacional ya asignada, previa al viaje del Presidente a China?
¿Quién o quiénes están detrás de un hecho con tanto significado político como la quema de la puerta del Palacio Nacional y por qué vimos tanta permisividad desde las autoridades locales y federales frente a este hecho?
¿Cuál es la verdad detrás de la “Casa Blanca”, propiedad de la familia presidencial, con un valor de siete millones de dólares, a nombre de un contratista cercano al gobierno de Peña Nieto? La tibia respuesta de Los Pinos solo alimentó la sospecha entre la prensa extranjera y nacional de tráfico de influencias y corrupción desde la casa presidencial. Un asunto sumamente delicado porque están en puerta decenas de proyectos de inversión de gran calado, entre los que se cuentan los contratos petroleros, “el buque insignia” del sexenio.
El dejo de parálisis, de vacío y de ineficacia en la ejecución de las estrategias desde los operadores del presidente Peña Nieto se ha magnificado en las últimas semanas con tantas preguntas sin respuesta. Pero peor aún. Sin operadores eficaces para responder a tiempo a una larga lista de asuntos estratégicos, el propio presidente Peña Nieto ha sido expuesto a los ataques frontales y a las presiones a las que ahora está sujeto apenas en su segundo año de gobierno.
Ello explica las voces sobre su renuncia y -en el mejor de los casos- los obligados cambios en su gabinete que ya se han extendido entre las redes sociales y en las conversaciones de políticos y empresarios. Hasta publicaciones como The Economist han sido canales de estas presiones.
La transformación económica, particularmente a partir de la energía, fue elegida por Peña Nieto como la marca de su gobierno. Sin embargo, el enrarecimiento de la política y del clima social en ciertas regiones del país ha llegado precisamente en el momento cúspide de la implementación de la reforma y en el arranque del proceso electoral hacia 2015.
No parece una casualidad. Y la economía tendrá que tomar nota de ello.