Birdman (Dir. Alejandro G. Iñárritu)
A primera vista, Birdman no parece un trabajo dirigido por Alejandro González Iñárritu: aquí no hay tonos grises o pálidos, las imágenes no se imprimen en cinta a grano reventado, no hay sordidez en las acciones, no hay exceso de cámara al hombro ni cortes abruptos; no habrá historias cruzadas, paralelas o convergentes ni tampoco aquellos personajes miserables -tan socorridos por el mexicano- que pareciera se revuelcan con cierto gusto entre su propia desgracia.
Iñárritu abandona la sordidez para -mediante otro tono, otra paleta y otro género- seguir contando historias sobre personajes conflictuados, decadentes, pero que bajo este nuevo enfoque parecen más cercanos y son infinitamente más entrañables.
Dando la ilusión de ser un filme armado sin cortes, a una sola toma, Birdman es la crónica del montaje de una obra en Broadway donde el otrora famoso actor Riggan Thompson (impresionante Michael Keaton), escribe, dirige y actúa con la única intención de demostrarle al mundo que puede ser algo más que aquella botarga en la que se convirtió cuando en los años 90 protagonizó -con gran éxito económico- la trilogía cinematográfica del superhéroe “Birdman”.
Riggan se debate entre los problemas para montar la obra, el deseo de ser reconocido como un verdadero actor y aquella voz ronca de su personaje noventero que -insistentemente- le habla dentro de su cabeza para disuadirlo de sus intenciones “artísticas” y mejor filmar “Birdman 4”.
Birdman es un fascinante caleidoscopio por descubrir, una sofisticada y elegante pieza que probablemente sea lo mejor que ha hecho Alejandro González Iñárritu en su carrera como cineasta.
Si antes el director jugaba con las historias cruzadas, ahora -cual matriuska rusa- hace un extraordinario juego meta entre Riggan, su personaje en la obra, y la vida real de Keaton quien, como todos saben, fue el protagonista de las muy exitosas películas de Batman dirigidas por Tim Burton.
Así como Riggan, Keaton perdió presencia luego de también negarse a regresar para una tercera película de Batman; Riggan por su parte tiene los mismos conflictos que su personaje en la obra: conciliar su deseo de trascendencia y la necesidad de sentirse amado, ya sea por su antigua esposa o por su nueva novia. Estamos en los terrenos del Charlie Kaufmann más experimental (Synecdoche, New York, 2008), restando oscuridad pero sin dejar nunca de ser ésta una película pertinente, divertida y relevante.
Y es que en el fondo (un juego meta más), Birdman pareciera ser un ejercicio catártico del propio Iñárritu donde es patente su voz crítica respecto a la industria cinematográfica actual: destroza con acidez a todos los actores que sucumben ante el muy redituable cine de superhéroes (“¿Ya le pusieron capa a Michael Fassbender?”), exhibe mediante genial secuencia la ignorancia y frivolidad de los “reporteros de la fuente” (el famoso gremio), acribilla con agudeza a los críticos (de cine, de teatro, da igual), tachándonos de amargados que sólo sabemos poner etiquetas (“¿Que tuvo que pasar en tu vida para que te convirtieras en crítico”?).
Todo lo anterior sucede mientras la auténticamente genial cámara del Chivo Lubezki (un Oscar más que debería ganar), se mueve cual organismo vivo, sin perder a sus personajes, en encuadres perfectos y movimiento perpetuo a la vez que las percusiones musicales se fusionan con las actuaciones creando un estado de ensoñación y locura como pocas veces se experimenta en el cine.
No sin problemas (que todo sea un plano secuencia parece más un gimmick que un recurso narrativo), lo cierto es que Iñárritu ha sabido reinventarse, quitarse el peso muerto y demostrar que aquí, hay un gran autor.
Es bueno tenerte de regreso, Alejandro.
Birdman (Dir. Alejandro G. Iñárritu)
4 de 5 estrellas.