La emoción no dice “yo” tuvo como objetivo reflexionar sobre las emociones, teniendo en cuenta la cuestión estética y política que éstas plantean. Pensadores como Hegel o Nietzsche han analizado y planteado sus posiciones al respecto. ¿Qué significa revelar nuestras emociones? Revelarlas implica una condición de poder e “impoder”. ¿Qué pasa cuando lloro delante de ti? Para poder bordear está pregunta, se retomaron muchas teorías; se hicieron muchas citas y se presentaron imágenes tomadas del film mudo El acorazado Potemkin, de 1925, dirigido por Serguéi Eisenstein.

Didi-Huberman proyectaba en la pantalla las bellas composiciones de los fotogramas que consideraba adecuados para hablar de la emoción; la imagen, en está ocasión, hablando desde el pathos (emoción, tragedia, la experiencia desde el alma.) El discurso del ponente se delineaba alrededor de las imágenes.

Prestando atención, tomando notas y aferrando fuertemente a mi oído derecho el aparato que hacia la “traducción simultánea” de cada palabra pronunciada por el filósofo, sólo podía pensar en una cosa: lo mal que está mi país, México, en este momento; lo fracturada y complicada que es hoy la sociedad; el viciado, doloroso y frustrante coctel de emociones que experimentamos día a día.

Ya no creo en las casualidades. Algo que me funciona bien es pensar que suceden circunstancias; que se unen; que siguen una linealidad de causa y efecto con el tiempo y el espacio. Vistas desde la lejanía, éstas tienen mejor sentido porque quizá en el momento en que ocurren no somos conscientes de esta unión de puntos en el dibujo que está formando. Hay momentos en los que se puede escupir a eso que de manera inmediata llamamos destino, karma o suerte; pero lo que sucede, sea bueno o malo, te marca de manera definitiva en el pathos.

Justo un día antes de iniciar el seminario vi “casualmente” El acorazado Potemkin, (si no la ha visto apreciable lector, le sugiero que la vea al terminar de leer estos apuntes, o ahora: pare de leer y véala, que aquí lo espero).

Existe una frase en la película que considero fundamental: “¡Tras la impotencia aparece la rabia!” (minuto 10:06), y eso es lo que sentimos ahora: RABIA. Estamos ante el terrible problema de una constante destrucción de la dignidad, y vivimos acostumbrados a un día a día fragmentado, pesado, que transcurre para llegar a la cama y decir aliviado “hoy por lo menos la libré”. OJO, no tendría porque ser un milagro llevar una vida tranquila en la que llegar bien a casa sea cuestión de un poco de suerte, pero tristemente HOY decir que no te asaltaron, que no fuiste agredido, o que no fuiste testigo de un acto desagradable es sólo para aquellos que tienen mucha suerte.

Nuestros problemas individuales serán diversos, pero inevitablemente se tocan. Retomando algo de lo mucho que dijo George Didi-Huberman en el seminario, y que se me quedó grabado: “Cuando el dolor es dominante sobrepasa el yo… Llorar sobre el destino colectivo, sentir el ‘impoder ‘”. Se trata ya de una cuestión colectiva. Ya no estamos ajenos y si bien es cierto que no todos estamos en las mismas condiciones, no podemos ser ingenuos, insensibles o indiferentes.

El dolor es movimiento, es la fuente original de las cosas, es posibilidad de transformación, recuerda Didi-Huberman. Ya no es posible un retorno, un “dejar que las cosas se tranquilicen”, porque ni se tranquilizan, ni mejoran, ni se detienen. La paciencia se acabó, se agotó el “Moviendo a México”.

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Me preocupa mi país, y no en un sentido melancólico e ingenuo de identidad nacional exótica mexicana… El dolor que todos estamos experimentando proviene de eso que Didi-Huberman retoma: el pathos como potencia. En el primer día del seminario, durante la ronda de preguntas, reconocí el llamado “tonito chilango” y dije, “¡este es mi compatriota!” Y si, salió el tema de México. Por todo lo tratado durante las casi dos horas era muy coherente traer a colación la situación actual de los normalistas desaparecidos, pero el ponente no le dio más eco y eso me resulto un poco frustrante, pero también reforzó la idea de responsabilidad y de crear conciencia propia, de no delegar esfuerzos, para tener camino y causa de nuestro presente e historia.

Entonces, ¿qué significa revelar nuestras emociones ante los demás? Y más cuando esas emociones son colectivas. Si al hablar de emoción, hablamos de “movimiento fuera de…”, entonces debemos llevarlo a las calles, a los otros, a recoger diferentes sensibilidades y dirigidas a un frente común. La emoción no es el yo, es el todos.

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Por  Mónica Galván / Curadora independiente