¿Ha ido al cine en días recientes? No importa si va a Cinépolis o Cinemex, las personas en la sala no se salvan de vivir 20 minutos infernales antes de la proyección de la cinta que pagaron por ver. Junto a un par de “trailers” de próximos estrenos, el espectador debe soportar un bombardeo de publicidad de todo tipo (las marcas pueden variar en función de la cadena exhibidora, pero la experiencia es básicamente la misma): promocionales del estado de Nuevo León protagonizados por Gael García, comerciales del Partido Verde sobre su negativa al uso de animales en los circos (joyas de hipocresía: la corrección política al servicio de partidos de reputación dudosa), publicidad genérica de Telcel, entre otras perlas.
Lo que más llama la atención, empero, es el comercial de la división minera de Grupo México que difunde las acciones de responsabilidad social realizadas por la organización desde el 6 de agosto, fecha en la que una filtración de sulfato de cobre afectó dramáticamente las aguas del Río Sonora. Incapaz siquiera de aceptar abiertamente que la empresa fue responsable del incidente, el promocional es una pieza de propaganda ofensiva e inútil en términos prácticos: como nunca se describen la dimensión y características del daño, tampoco sabemos en concreto qué medidas se han tomado para resarcirlo (a no ser que ver a una persona que recibe un cheque pueda ser considerado como un acto de transparencia)
Tras ver esto, pregunto: ¿qué clase de persona quiere ser parte de Grupo México (corporación también dueña de Grupo Ferroviario Méxicano y Cinemex)? Sea por dinero, carencia de opciones, o indolencia frente al estado de las cosas, la empresa debe de tener un alto número de personas talentosas e íntegras en su nómina. Pero más allá del dinero, ¿por qué un joven ejecutivo ambicioso y solvente desearía trabajar ahí, sobre todo en la división minera? Ciertamente no para pertenecer a una compañía cuya reputación se distinga por su apertura o interés de mejorar al mundo.
El compromiso con la relevancia -con construir un mejor mañana- facilita la generación de una mística que eleva la productividad de la empresa y el compromiso de sus miembros, quienes son, a final de cuentas, el principal activo de la organización. No es simple retórica: los días en que el valor de la empresa se reflejaba en su totalidad en el balance contable son ya tan lejanos que se antojan prehistóricos; hoy las organizaciones se hinchan de valor por la potencialidad de los intangibles creados por sus ejecutivos más talentosos. ¿Y qué es lo que desean esas “estrellas”? Dinero, sin duda, pero también pasión. Sin pasión no hay innovación posible; pero para que ésta exista debe haber una inspiración más allá de la económica.
El talento demanda significado. Si la pasión se genera a partir de la afinidad empática con algo valioso, qué mejor manera de liberar esa emoción con un esfuerzo social extraordinario. Vivimos en una era del conocimiento donde, casi por una cuestión existencial, los ejecutivos talentosos buscan algo más que la remuneración económica. Una compañía responsable, que destaque por un papel relevante en el cambio social, va a atraer más talento que una empresa ajena a estas preocupaciones.
Y contar con ese talento aumenta exponencialmente la innovación. Además, una empresa con empleados motivados por lo que hacen es más productiva que una corporación donde se carece de un fin ulterior al económico. Es un motivador que impide la rotación laboral no deseada. La gente trabaja mejor cuando siente que su esfuerzo contribuye al bien de los demás. Nadie desea trabajar para el malo de la película, por lo menos no si cuenta con otra opción. Es algo tan evidente que con frecuencia se pierde de vista.