El lenguaje no puede ser disfrazado en Twitter; cuando se le impone cierta vestimenta se convierte en publicidad o en discurso político.

 

En efecto, un tuit publicitario espanta a la yema del dedo, la auténtica protagonista en el deslizamiento sobre las pantallas de tabletas y smartphones. El ímpetu de un choque entre un bate con una pelota de beisbol es similar al de la yema del dedo con un tuit publicitario.

 

Cuando el cerebro humano detecta un tuit político su conjetura inmediata termina en burla o sarcasmo. Los políticos se inmolan a través de sus aburridos tuits. Nueve de cada 10 políticos simulan tuitear. Son impostores. Sus obreros tuiteros escriben con miedo. Así que eligen la ruta infalible de la retórica del lugar común:

 

“Me encuentro en el interesante segundo informe de gobierno del C. Presidente Municipal de San Juan de las Guayabas”.

 

Leamos con atención el tuit que supuestamente escribió el presidente español @MarianoRajoy hace dos días: “De vuelta a casa, quiero aprovechar para agradecer a @TonyAbbottMHR la organización del #G20Brisbane y su hospitalidad”. El gramaje del mensaje es anémico. Es probable que Rajoy le dedicara idénticas palabras al premier australiano, Tony Abbott, en su cara unas horas antes durante el foro del G20.

 

Así es la industria de la opinión.

 

Me sorprende que el equipo de Alejandra Lagunes (encargada de la política digital del gobierno del presidente Peña) no haya preparado una estrategia para amortiguar los efectos del hashtag #YaMeCanse que ha permanecido en el mainstream de Twitter como ninguna otra soflama en presentación de 140 caracteres lo ha hecho. Es decir, por más de siete días el #YaMeCanse ha sido trending topic. Si una empresa como Amazon financiara soflamas mainstream, el procurador Murillo Karam cobraría millones de dólares por ser el autor intelectual de la metáfora favorita de los tuiteros. “#YaMeCanse de cargar libros, prefiero leer en el #Kindle”. Pero los contextos le impiden al procurador mexicano pensionarse el día de hoy.

 

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Las reacciones del equipo de Alejandra Lagunes, en redes sociales, obedecen a pautas de comunicación social del siglo pasado. Mi comentario no contiene dosis de sarcasmo. Es simplemente literal. Se tiene la creencia que un comunicado de prensa puede ser tuiteado cuando la realidad es que resulta inútil. La ecología del lenguaje tuitero es demasiado natural para intoxicarlo con retórica contaminada. Los comunicados de prensa se escriben solos porque suelen no decir nada importante.

 

En Twitter no existen los tiempos (publicitarios) oficiales ni La hora nacional. Para que el efecto mimético sea detonado se requiere dejar a un lado los lugares comunes. El área digital de la Presidencia de México tiene la mala costumbre de enviar paquetes de hashtag a todas las dependencias federales para que se coloquen en las cuentas de Twitter correspondientes… ¡segundos antes de que inicien eventos importantes del Presidente! Los encargados de las dependencias sufren por la falta de planeación local. Esto es un simple ejemplo del interés que tiene el área digital por conservar hábitos del siglo pasado. Uno de los rasgos del programa radiofónico La hora nacional, adicional al aburrimiento, era el horario simultáneo en cadena nacional (totalitario por el mensaje controlado y concentrado en cientos de estaciones).

 

Primero fue #YaMeCanse, ahora se refuerza con #AngelicaRivera. En redes sociales los gobiernos siempre llevan las de perder. Lo primero que tienen que reconocer es que la simulación de manifestaciones a favor de los presidentes a través de boots resulta contraproducente. Lo que sí pueden hacer es aplicar algunos gramos de creatividad a través de la semántica: modular adjetivos (rasurar retórica), dar exclusivas sin repetir las que ofrecen a sus periodistas consentidos y olvidarse del control del mensaje.

 

Las redes sociales han trastocado batallas como las que sostienen sunitas y chiitas en Oriente Próximo; jóvenes occidentales se convierten al Islam a través de algunos tuits. Bueno, eso de convertirse es una suave manera de afirmar que cualquier elemento que justifique luchar contra el sistema en el que se vive, puede atribuírsele rasgos sagrados.

 

En México, miles de tuiteros hacen las veces del yihadismo del verbo: amenazan, piden que el Presidente renuncie e insultan al mejor estilo del vecindario. La banalidad es lo suyo. La presumen. El Presidente no puede renunciar porque no tenemos un sistema parlamentario y las causales constitucionales no aplican.

 

López Obrador vive como tuit. Eso de ir a la Procuraduría para demandar al Presidente tiene rasgo de un mal teatro; de zaherir a las instituciones.

 

Poco importa, Twitter es una fiesta.