Por Joel Hernández Santiago
Hombre de piedra como fue José Revueltas, cumple 100 años, aunque ya no esté aquí. No le fue fácil entenderse con lo que pasa a pie de tierra y vivió una la lucha permanente entre decir y hacer, en una realidad fallida.
Estuvo en la cárcel en cinco ocasiones. Lecumberri y las Islas Marías no le fueron ajenos, pero sí fueron el espejo humeante que nos otorgó parte importantísima de su obra literaria. No le importaba la cárcel y en ella consiguió su libertad: Los muros de agua y El Apando son su herencia.
Dijo: “La cárcel me hizo mucho bien, porque el tener una gran cantidad de problemas me permite una mejor comprensión de lo humano. Me mostraron las relaciones humanas en su desnudez más completa, sin convenciones de ninguna especie. La cárcel –dijo- tiene una esa virtud: desnuda al hombre. No hay más convenciones que las que se crean en ese mundo tenebroso. Entonces, el hombre se ve en su esencia; sin adornos, directa, patética, elevada y sucia, a la vez”.
Es el escritor de la justicia social y encarnación de la rebeldía. Al mismo tiempo se convirtió en un hombre abstraído, solitario y triste porque no obstante la rudeza de su lucha, de su tiempo, de su aliento expresivo, del realismo dialéctico-materialista del que está hecha su literatura, tenía la esperanza de que el mundo de la injusticia tuviera solución en el comunismo o el socialismo, en los que el hombre encontraría la redención.
De José Revueltas el escritor y activista social -casi demencial y apasionado- se ha analizado punto a punto tanto su personalidad como su obra. Su vida fue una obra en sí misma, la que tiene que ver con lo social y sus contradicciones.
El narrador de la muerte, la desesperanza y el caos nació el 20 de noviembre de 1914 en Santiago Papasquiaro, en plena efervescencia revolucionaria y en un estado asimismo revolucionario: Durango. Hijo de José Revueltas Gutiérrez y de Romana Sánchez Arias, pertenecía a una familia de comerciantes de clase media dedicados a la venta de abarrotes y semillas que vino a menos y, por lo mismo, en 1921 tuvieron que emigrar a la ciudad de México en condiciones si no de precariedad, sí de aprietos y quebrantos.
Aun así, don José y doña Romana con la mayoría de sus 11 hijos construyeron a una familia de talentos: Silvestre Revueltas, el gran compositor mexicano modernista de música sinfónica de la primera mitad del siglo XX; violinista y director de orquesta. Considerado el más influyente compositor mexicano por el nivel y autenticidad de su música: notablemente “Sensemayá”; Fermín Revueltas, pintor y muralista y quien sería uno de los protagonistas de la etapa temprana del renacimiento de la gran pintura monumental mexicana.
Consuelo Revueltas fue una sobresaliente pintora naive de su tiempo y, por supuesto, Rosaura Revueltas, bailarina y actriz, quien participó en muchas películas mexicanas de la Época de Oro y quien en 1954 interpretó a Esperanza Quintero en la película estadounidense La sal de la tierra, del director Herbert J. Biberman. Durante la persecución MaCarthista, Howard Hughes denunció al director y a gran parte del elenco, como comunistas; Rosaura pasó a formar parte de la lista negra de Hollywood al igual que la película. Fue encarcelada y deportada. En 1956, en Paris la Académie du Cinéma y el Festival Internacional de Cine de Karlovy Vary en Checoslovaquia (ahora República Checa) le otorgaron el premio como la mejor actriz por esta película.
En la ciudad de México, José se rebela y deja los estudios de secundaria en el Colegio Alemán para volverse autodidacto. A los 18 años participa en una manifestación y por primera vez lo detienen por colocar pancartas pro comunistas y antigobierno: “En realidad no fueron actos delictivos –dijo en entrevista-: ¡El sólo hecho de fijar propaganda en las bardas o hacer mítines en la calle ya era suficiente motivo para quedar preso!” Estuvo encarcelado seis meses: lo dejaron en libertad por ser menor de edad…
La segunda vez que estuvo en la cárcel fue por 10 meses y le impusieron trabajos forzados. Tenía 20 años, pero “al final de cuentas este tipo de experiencias siempre son una enseñanza extraordinaria para cualquiera”. En 1968 al participar en el movimiento reivindicativo, a favor de los estudiantes, es encarcelado de nueva cuenta. En Lecumberri convivió con Eli de Gortari, Armando Castillejos, Heberto Castillo, Manuel Marcué Pardiñas, Luis Tomás Cervantes Cabeza de Vaca… En las Islas Marías estuvo en dos ocasiones: la primera, seis meses, y la segunda 10 meses.
Su definición ideológica y política era irrenunciable. Fue militante activo del Partido Comunista Mexicano. Al hacer críticas a la burocratización de la Unión Soviética sus compañeros de partido ejercen fuerte presión en él y su obra, particularmente Los días terrenales en la que hace una crítica a los conflictos de algunos militantes del PCM y muestra el dogmatismo que caracterizaba a los seguidores de Moscú. El estalinismo mexicano se le echa encima.
De 1948 a 1955 José Revueltas milita en el Partido Popular, que fue fundado por Vicente Lombardo Toledano, aunque luego intentó su regreso al PCM. En todo caso su obra literaria fluye. No transige y acumula experiencias en tono social y de reclamo.: era ‘un desesperado capaz de sentirse responsable por cualquier injusticia que se cometa en el mundo’. Hizo guiones para cine y algunas de sus obras se adaptaron al teatro, como El cuadrante de la soledad…
Su obra está construida de un realismo a veces crudo y endurecido por la realidad de la influencia del poder político que influye en la vida humana y otras veces por el sueño de la libertad y la justicia al pie de la raya, sobre todo para el proletariado mexicano: todo subyace en su obra: Desde Los muros de agua (1941) y El Apando (1969), pasando por El luto humano (1943), Dios en la tierra (1944), En algún valle de lágrimas (1957), Los motivos de Caín (1958), Dormir en tierra (1961), Los errores (1964), Material de sueños (1974)… Toda su obra tiene un sólo nombre: Los días terrenales, según él mismo quiso.
Pero hay un José Revueltas del que se conoce poco; casi nada. El Revueltas enamorado; el apasionado, el solitario que busca refugio y contraste a la realidad en el amor. Es el José Revueltas amargo que había dicho que ‘no se puede mucho tiempo resistir la dulce tentación de morir’ al tiempo que escribía en silencio: “Te amo”.
En 1946 conoció a María Teresa Retes, una excelente mujer, hermana del director de teatro José Ignacio Retes. Se casó con ella en 1947 y le advierte: “No te vayas a espantar, pero después de varios días de trabajo me da el surménage”. Según María Teresa, José Revueltas “era un hombre capaz de trabajar setenta y dos horas seguidas, bebedor insaciable de café y alcohol, no conoce horarios ni le interesa en absoluto la comida. Las reuniones con sus compañeros del Partido Comunista se prolongan desde el medio día hasta muy entrada la noche. En Revueltas no existe el descanso…”
Revueltas –relató María Teresa Retes- “fue un hombre solitario que a través de 25 años no llegó a presentarme más de 10 amigos…”
Mayo de 1947: “Amada María Teresa: … Perdóname, queridísima amada mía: hubiera querido escribirte una carta luminosa y feliz, pero tengo el espíritu lleno de tristeza, casi de angustiosa desesperación. Pienso mucho en nuestro amor y si no te arrastraré a un sufrimiento que no mereces. ¿Por qué debe ser así?…”
1947: “María Teresa mía: …Días terribles como ninguno; tardes insensatas en que visité mi árbol y me puse a su cobijo en la esperanza totalmente descabellada de verte aparecer por ahí, mágica, inopinada, celestial: largas horas sin fin con tu rostro, con tu nombre como un clavo ardiendo en mitad de la frente (y)… no poder comunicarme con nadie, ni confiarle la causa de mi tristeza, el tener que ocultarla, el tener que consumirme sólo. Espantoso.”
Julio de 1947: “Querida adorada mía: … Te adoro. Te quiero como a nadie. Sueño, pienso, vivo, lato, amo, existo, sueño, sufro, vuelo, camino, pienso, escribo, sólo por ti, vida mía: José”.
Era un José Revueltas silencioso e íntimo. Un insospechado luchador social y por lo mismo un hombre terrenal.
6:40 PM, octubre 21 de 1969: “Vida: …Odio con toda mi alma a esta desgraciada burguesía y me hiere en carne viva lo que nos hace. Pienso que nunca hemos podido hacer una vida normal y nunca he sabido ser ni un padre ni un esposo (…) Me inscribí y te inscribí en este destino. Debes saber que te amo. Te escribo en este electrocardiograma, sobre mi propio corazón”…