A la luz de las buenas rachas es fácil pedir que un director técnico siga, así como lo es comprar acciones que suben su cotización o incluso pedir matrimonio.
Hoy todo el contexto madridista (encabezado por la prensa favorable a este club) reitera a cada mañana que Carlo Ancelotti debe renovar cuanto antes su contrato. Lo anterior está de maravilla, con una salvedad: que el vínculo actual no vence en unos meses, sino hasta 2016.
¿Cuántas veces podrá modificarse esta relación en el próximo año y medio? Muchas, como ya ha cambiado en el pasado año y medio que ha estado el italiano en el banquillo merengue. De pronto, parece olvidarse cómo se le criticó la forma de parar al equipo en el primer partido contra el Barcelona (Sergio Ramos de mediocampista), la caída en el tramo final de la anterior liga, los rumores de que dejaría el cargo si no conquistaba la Champions League (en la cual el propio Ramos lo salvó con el cabezazo más milagroso en la historia del madridismo), el fastidio por no imponer su voluntad y permitir que Florentino Pérez le zarandeara el plantel vendiendo a quienes sí necesitaba y comprando a quienes aparentemente no tanto.
Sin embargo, Ancelotti tiene a la feligresía blanca enamorada gracias a dos innegables virtudes que parecen pesar más que cualquier cambio a brotar de aquí a junio de 2016. La primera, flexibilidad para adaptar su planteamiento a los futbolistas que tiene; el mejor once no siempre deriva de colocar en la cancha a los mejores once, sino a quienes hacen al equipo superior; con Carletto sí juegan los mejores 11 disponibles y, gracias a su sentido de la dirección, consiguen que el once sea el mejor. La segunda, a continuación ahondamos en ella, paz.
Con el precedente de José Mourinho, Ancelotti llegó a una institución rodeada por trincheras, incendios, conflictos, divisiones. La terapia de choque del portugués había tocado a casi todos: árbitros, entrenadores, aficiones propias y rivales, jugadores, periodistas, federativos, el seleccionador Vicente del Bosque, directivos y hasta el entrenador del cuadro juvenil del propio Madrid. Chocó temporalmente o rompió en definitiva con Iker Casillas, Pepe, Sergio Ramos, Cristiano Ronaldo, Mesut Özil, Ángel Di María. Intercambió fuertes declaraciones con quien quiso y con quien no. Dejó como episodio final de su ópera trágica, aquella final de Copa del Rey ante el Atlético: los purgados Pepe e Iker desgañitándose en indicaciones desde la banca, Cristiano Ronaldo expulsado, conflicto con rivales, árbitros, reporteros…, y para colmo, aceptando recibir un homenaje-despedida de los Ultras Sur (grupo de aficionados madridistas con ideología de extrema derecha y propenso a actos violentos).
Ante tan convulsa etapa, Ancelotti supo impregnar su tranquilidad a la entidad blanca. Semblante sereno, cercanía con la prensa, solidez en el grupo, trapos sucios lavados en casa, palabras respetuosas para casi todos y esta frase que resume buena parte de su ideario: “Yo sólo voy a la guerra si no puedo evitarlo”.
Esas características tienen al madridismo implorando a Carletto que renueve un contrato al que todavía le resta año y medio. Ya hablamos ayer en este espacio, al referirnos a Brendan Rogers y Arsene Wenger, de los inescrutables tiempos que rodean a cada director técnico en su cargo, de lo difícil que es preverlos o anticiparlos. Para no ir muy lejos, Mourinho renovó con el Madrid cuando llevaba dos años en el puesto y le quedaban todavía otros dos; al final, ni siquiera logró cumplir la duración del vínculo original.
Y es que es fácil hablar de renovación cuando todo va bien, como lo es comprar acciones a la alza o pedir matrimonio en momentos dulces del noviazgo… Más allá de los resultados, que en el futbol como en la vida corporativa sólo ellos mandan, la prisa del Madrid por retenerlo se sustenta sobre todo en esas dos condiciones: flexibilidad y paz…, las dos en riesgo si los resultados dejaran de llegar.