Dijo el martes pasado el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, que las medidas que anunciará el día de hoy el Presidente de la República para enfrentar a la delincuencia organizada y desorganizada, combatir la impunidad y la corrupción, fortalecer el Estado de derecho, convocar a gobiernos y ciudadanos para que se sumen al esfuerzo colectivo contra la inseguridad -incluyendo el posible  “apretón de algunas tuercas flojas”, acota el columnista- “van en búsqueda de la recuperación de la confianza donde hay debilidades”.

 

Decían los ancianos de la tribu, y nadie pudo desmentirlos jamás: “La confianza es como un jarrón de fina porcelana; si se rompe, es posible restaurarlo… pero nunca volverá a ser el mismo jarrón”.

 

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Si la sociedad perdió la confianza en el gobierno -y el que habla de confianza perdida es el secretario de Gobernación y otros integrantes del gabinetazo-, todavía existe la posibilidad de que, por la vía de los hechos, el jefe del Ejecutivo Federal comience la compleja, delicada y lenta tarea de tratar de reconstruir esa fina porcelana social, pero debe quedar claro que, aunque la restauración sea exitosa, la confianza nunca volverá a ser la misma, apuntan los observadores políticos.

 

Terminó la hora feliz de los bonitos discursos de Enrique Peña Nieto, y llegó la hora de que sustituya la aturdidora catarata de palabras -las suyas y las de sus colaboradores- por hechos. Eso es lo que demanda la sociedad ofendida y humillada por los actos de violencia, de impunidad, de corrupción…

 

Pero, ¡cuidado!, advierten los observadores. Si los hechos no son oportunos y suficientes, si el jarrón restaurado se quiebra una vez más, entonces los neopriistas, reformadores estructurales del siglo XXI, no tendrán una segunda oportunidad y se verán obligados a aprender a vivir rodeados de la desconfianza de quienes no votaron por ellos en julio de 2012, y lo que será peor: de la desconfianza de quienes les entregaron su confiado voto.

 

A juicio de los observadores políticos, lo que le sucedió al actual gobierno se puede resumir en una frase: dilapidó, en forma escandalosa, el capital político que le había entregado la ciudadanía.

 

Por cierto, respecto a las tan cacareadas medidas, desde el martes circula el rumor de que Manlio Fabio Beltrones encabezará la comisión -todavía desconocida y por lo tanto sin nombre- que el presidente Enrique Peña Nieto anunciará mañana.

 

Si el rumor se hace cierto, habrán triunfado los enemigos del diputado sonorense que no sabían cómo deshacerse de él. Encabezar ese invento del supremo gobierno será, para el Jefe de Jefes, el peor destino que pudieron reservarle sus malquerientes, porque tendrá todo en contra y de nada le valdrán su experiencia, su olfato político y su mano de hierro envuelta en terciopelo.

 

Con Manlio o sin él, la comisión servirá para lo que se le unta al queso; o sea, para nada.

 

Bueno, el diputado Beltrones ha venido diciendo que en estos momentos no se trata de más dependencias ni tampoco de cambio de hombres o de nombres, sino de políticas públicas que vengan a atender las necesidades que tiene la gente.

 

Y en cuanto a que su nombre se ha escuchado mucho para ocupar alguna cartera, ir al gabinete, encabezar alguna comisión, Beltrones ha dicho: “Lo que veo es un rejuego picaresco sobre algo que algunos traen en la imaginación, pero no lo conocen en la realidad, no tienen nada que ver con la realidad, las especulaciones que están en el ambiente”.

 

¡Vamo a ve, chico!

 

AGENDA PREVIA

 

Como balde de agua fría cayó a los agoreros del mexican moment -que sigue vivito y coleando-, que los analistas bisoños de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), prácticamente destacaran en su informe sobre las expectativas económicas para nuestro país en 2015 y 2016 que nos va a ir “de pelos”. Para el próximo año, México registrará la mayor tasa de crecimiento de los 34 miembros del “club del mundo desarrollado”, con un PIB de 3.9%. Pero lo mejor será en 2016, en el que espera un 4.2%. Todo esto y más, mucho más, gracias en buena medida a las reformas estructurales.

 

Los susodichos agoreros preguntan: ¿O sea que vamos a dejar de ser mediocres? Poquito, nada más poquito, responden los analistas.