Manuel Valls decretó el fin del socialismo francés y al día siguiente los parisinos tomaban café frente a la Place des Vosgues como si no hubiera pasado nada. Antes, Sarkozy ya había decretado el fin del mayo de 1968 y François Hollande, socialista de carnet, continuaba embrollado en el amor. En efecto, Sarkozy sepultó a las externalidades freudianas del mayo francés e, inmediatamente, abordó el auto junto a su entonces novia Claudia Bruni para visitar EuroDisney. Y nosotros que pensábamos que Francia sin ideologías era algo similar al enciclopedismo sin Diderot, pero no, la política trans pop es un transgénico de la antigua Atenas.

 

En México, Cuauhtémoc Cárdenas renunció a su second best, el PRD, 14 años después del inicio del siglo XXI y la gente se lleva las manos a la cabeza para cuestionar (gritando) de manera desesperada, ¿y ahora quién será nuestro guía? En España, el tradicionalista partido Izquierda Unida se fue a la cama a dormir y en las elecciones europeas de mayo amaneció junto a un clon llamado Podemos.

 

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¡Sí se puede! o Forza Italia son algo más que contenidos ideológicos; son porras de un estadio de futbol llevadas a los parlamentos. Izquierda Unida, Podemos y el felipista (no por el monarca actual, sino por el auténtico monarca y brazo político de Carlos Slim, Felipe González) Partido Socialista Obrero Español (PSOE) segmentarán el voto de izquierdas en tres bloques durante las campañas previas a las elecciones parlamentarias de diciembre de 2015: los postcomunistas, los blogueros y los ortodoxos, respectivamente, en contra de la derecha convergente en el Partido Popular, el nuevo tea party español, o si se prefiere tropicalizar su nombre, el partido de la tortilla española.

 

Al parecer, en el siglo XXI las ideologías sólo sirven para vender periódicos, organizar manifestaciones, encender mecha en las redes sociales, y lo más importante, para mover recursos públicos hacia profesionales del ocio-retórico.

 

En el siglo XXI hemos llegado a comprender que el costo de oportunidad de la democracia es el desmadre (antes se le conocía como anarquía), es decir, o jugamos respetando las reglas del juego o cada quien llega a la meta a través es serpientes o escaleras.

 

En pleno siglo XXI nos aferramos a las banderas como niños héroes en la montaña rusa de Chapultepec. No queremos comprender que los sin-bandera forman parte de una tribu alivianada, pacifista y leída. ¿Qué otros ingredientes se pueden pedir en épocas del déficit cero de Angela Merkel? Las banderas nos las venden con rebajas y dumping Marie Le Pen, Nigel Farage, José María Aznar, López Obrador y Nicolás Maduro, en estanquillos de los centros de París, Londres, Madrid, México y Caracas, respectivamente.

 

La pasión descontrolada por la bandera y el odio hacia el otro nos llevan a una pendiente involucionista pero “alegre”. A quién no le gusta brindar con tequila por el alicaído y antiestético Grito de Independencia del licenciado Enrique Peña Nieto.

 

No hay peor depresión que conjugar al siglo XXI en tiempo pasado. En un mundo asoberanista se comprendería con claridad los documentos desclasificados por Edward Snowden. También se entendería la función de los partidos pirata, y no me refiero al PRD que sembró semillas transgénicas en sus estatutos. No. En realidad me refiero a los partidos cuyas ideologías son 2.0, es decir, pasan por la web, los blogs y Google. Partidos pirata existen en Alemania, República Checa, Suecia, Islandia y Ucrania, entre algunas naciones. Poco a poco van ganando escaños en los Parlamentos.

 

Los políticos pirata no se preguntan por la ubicación de su escaño en las salas plenarias, a la izquierda o a la derecha, como lo hacían los viejos franceses. Se preguntan si debe o no existir el derecho al olvido en la atmósfera Google; si los regímenes turco o chino tienen o no el derecho de bloquear Twitter; si el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, tiene que renunciar por haber sido promotor de paraísos fiscales en el entrado siglo de la intangibilidad del capital. Pero sobre todo, los políticos pirata articulan su ideología a través del conocimiento.

 

En México, todo indica que la crisis de confianza arrastrará a todos los partidos políticos. Hoy, el PRI, PAN, PRD y Morena son transgénicos de la tranza Verde.

 

Y si Valls levantó el acta de defunción del socialismo francés, ¿quién será el mexicano que se encargue de revelar la naturaleza muerta-transgénica del establishment mexicano?