“Sin querer queriendo, lo sospeche desde un principio que ya te quería”, cantan al unísono una horda de mini Chapulines Colorados’ y ‘Chavos del 8’. Son más de una centena y escoltan a Chespirito en la vuelta olímpica al estadio Azteca.
Son casi las 16:00 horas, el Coloso de Santa Úrsula está semivacío; unas horas antes lucía pletórico, miles de personas, 40 mil según el cálculo oficial, habían atiborrado la parte baja del estadio para despedir al súper héroe, al niño sin nombre, al ladronzuelo, al cómico doctor de cabeza blanca.
La mayoría se marcharon cuando escucharon por el sonido local que sería a las 15:00 -tres horas después de lo planeado- la misa de cuerpo presente en honor de uno de los cómicos más reconocidos en América Latina.
Los pequeños Chapulines Colorados y Chavos tratan de aguantar el paso a los cuatro hombres, que vestidos de traje negro, transportan los restos de Roberto Gómez Bolaños, fallecido el pasado viernes en Cancún.
Unos ocho minutos les toma dar la vuelta olímpica, la gente que aguantó estoicamente las seis horas, aplaude y lanza flores blancas al paso de los restos. Al llegar a la esquina sur, una carroza gris lo espera, su destino, para la tarde de domingo, es Televisa, la empresa que desde 1971 trasmite al Chavo del 8 y mantiene vivo su legado.
Sin más, el vehículo fúnebre abandona el Azteca, mientras su viuda, Florida Meza, ataviada de negro, convoca al clan Gómez Bolaños, no más de 70 familiares y amigos íntimos que la siguen de inmediato. Ella pide una Paloma blanca, -como las cientos que minutos antes los mini chavos y Chapulines habían dejado libres para que tal vez acompañaran a Chespirito en su último viaje-, y se dirige a la media chacha del Azteca.
Las palomas no quieren volar, en parvada se aferran al pasto del estadio, hasta ahí llega Florinda Meza, compañera por 30 años de Gómez Bolaños, detrás los familiares y amigos.
Con delicadeza pone la Paloma blanca junto a las demás, el único camarógrafo permitido en ese lugar, quiere captar el momento y hace que dos de las aves vuelen asustadas, quien diera vida a La Chimoltrufia y a Doña Florinda enfurece y se lanza contra el camarógrafo, cuando está a punto de golpearlo es detenida por uno de los hijos que Chespirito tuvo con su primera esposa Graciela Fernández.
El clan Gómez Bolaños, la mayoría portando playeras rojas con el símbolo del Chapulín Colorado abajo de sus trajes negros, se alejan, su camionetas ya los esperan en el túnel del estadio.
Ninguna palabra de agradecimiento a los asistentes, ningún discurso para evocar a un personaje amado por Latino América, simple como el humor que hace reír todavía a millones de personas, termina el homenaje a Chespirito, el graderío del Estadio Azteca está prácticamente vacío y los asistentes se preparan para desmontar la alfombra roja en forma de cruz y la carpa, en la que los restos de Gómez Bolaños recibieron los aplausos de sus fans por casi cuatro horas además de una misa oficiada por Monseñor Diego Monroy Ponce, exrector de la Basílica de Guadalupe.
A las afueras del estadio, todavía cientos de personas echan porras, decenas de niños compran antenitas de vinil o gorros, para ellos, el Chavo y el Chapulín siguen vivos; mientras, los restos de su creador, de Roberto Gómez Bolaños, ya están en Televisa a la espera de que hoy sean sepultados en el Panteón Francés.
MG
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