Sus frágiles manos, curtidas por el paso de los años, sostienen cartas escritas de puño y letra por su hijo. Las sostiene como el mayor de los tesoros. No quiere leerlas hasta llegar a su natal Honduras, junto a sus demás hijos.
El corazón de Juana Oliva Vázquez empezó a latir más a prisa que de costumbre cuando llegó al reclusorio preventivo Norte, de la ciudad de México. Algo le decía que allí estaba su hijo.
“Siempre soñé encontrar a mi hijo en buenas condiciones, nunca lo soñé muerto o de vagabundo” y algo me dijo que aquí está o estuvo. El corazón de madre no engaña nunca”.
Su hijo Carlos Humberto Murillo Oliva salió de la aldea de Progreso, Honduras, en 1999; junto con su hermano menor cruzaron la frontera de México por Chiapas, trabajaron en lo que pudieron. Ese mismo año el menor de los Murillo Oliva decidió volver a Honduras, pero el mayor no cejó.
Carlos Humberto está en prisión pues se vio involucrado en una balacera cuando viajaba en un taxi, al no tener papeles por miedo corrió. Fue detenido y encarcelado, narra Juana Oliva. “A mi hijo le pegaron para que dijera que él había participado en la balacera. Como ya no aguantaba lo que le hacían, dijo que él fue”, y hace una dolorosa pausa.
En el año 2006, Murillo Oliva fue trasladado a la ciudad de México al reclusorio Preventivo Norte primero, y posteriormente enviado al reclusorio Varonil de Santa Martha, donde actualmente está recluido.
“Cuando llegué a la cárcel que está por el Norte y vieron las fotografía que traigo colgando, me llamaron. ‘Venga conmigo señora’, me dijeron. Frente a una pantalla de computadora me mostraron una fotografía y me dicen ¿que opina?. Es mi hijo, dije“
“Mi corazón empezó a latir con fuerza, sabia que estaba aquí. Lo presentí. Sacaron sus papeles y estaba en otro reclusorio en Santa Martha.”
Para Juana el trayecto desde el Norte de la ciudad hasta el Oriente fue como un sueño a punto de cumplirse. En escasas horas podría ver a su hijo, después de muchos, muchos años.
Ya él estaba esperándola antes de su arribo. Ya le habían dicho que ella iría.
“Cuando lo vi, lo abrace, lo bese. Él me abrazó fuerte. Sólo fueron unos minutos que pude estar con él. Al fin lo tenía en mis brazos”, sostuvo esta madre que recorrió miles de kilómetros en una Caravana acompañada de otras tantas que buscan a sus hijos.
En esta situación, el Movimiento Migrante Mesoamericano (MMM) junto con la Clínica Jurídica de Derechos Humanos de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) revisarán el caso de Carlos y brindarán asesoría jurídica, comentó la coordinadora del MMM, Martha Sánchez Soler.
Las madres centroamericanas han viajado durante 10 años a México en busca de sus hijos desaparecidos. Han recorrido miles de kilómetros por carreteras y pueblos que nunca imaginaron conocer, siempre con las misma esperanza, “y quizás más fuerte”, señala un grupo de madres.
“Por que sabemos que están vivos”, coinciden todas.
A lo largo de este tiempo el Movimiento Migrante Mesoamericano ha localizado y reunido a más de 200 familias. Este año la denominaron como Caravana Puente de Esperanza, por la importancia que juega la sociedad civil para aportar datos que llevan al reencuentro de muchas madres y sus hijos.
A bordo del camión de la caravana Puente de Esperanza, Juana continuó este viaje hacia Oaxaca y posteriormente irá a Chiapas. Ahora se dirigen a Ixtepec, al albergue Hermanos del Camino, del padre Solalinde.
Durante el recorrido, sobre sus piernas lleva una bolsa de plástico que no suelta. Contiene una cobijita que su hijo Carlos le regaló, “para que no tenga frio”.
Su semblante se observa más tranquilo. Sabe que sólo es cuestión de tiempo para poder reunirse con su hijo, al cual buscó por más de 15 años.
“Llevo buscando a mi hijo por mucho tiempo, no pienso dejar de ayudar a mis compañeras. Aquí estaré con ellas”, asegura Juana, al tiempo que unas lágrimas resbalan por sus mejillas.
Ésta caravana le devolvió su hijo y sabe que hay que mantener la esperanza para que tantas otras los encuentre.