A la memoria de Vicente Leñero.
Cuando el presidente Peña Nieto dijo que “todos somos Ayotzinapa”, su intención no fue la de pasarse al lado de la protesta social en el entendido de que la culpa del secuestro y matanza de 43 estudiantes fue del PRD. En realidad, el objetivo presidencial fue más bien jalar la protesta hacia los canales institucionales.
La reacción de los padres de los estudiantes secuestrados e inmolados por orden de un alcalde del PRD fue la de fijar los espacios limitados de la protesta: nada de insultar o de responsabilizar al PRD porque es su aliado y hasta estimulador y sí colocarse en una situación de confrontación contra el Estado.
Así, la protesta por Ayotzinapa se redujo a un espacio ideológico. Y el autoencapsulamiento de los padres de familia disminuyó más su margen de maniobra cuando vincularon a la normal con la guerrilla en su homenaje a Lucio Cabañas.
A dos meses de la represión a estudiantes, la protesta se ha endosado al gobierno federal en forma de movimiento revolucionario, rebelde y antisistémico. No sería la primera vez, ocurrió con un suceso más directo: el alzamiento guerrillero del subcomandante Marcos el 1 de enero de 1994 para derrocar al gobierno de Carlos Salinas de Gortari e instaurar un sistema socialista a la cubana.
Ayotzinapa se parece más al 68 que al 94. El movimiento estudiantil se tradujo en una exigencia de democracia, aunque sin tener una agenda precisa de propuestas; la democracia avanzó hasta la apertura del sistema de partidos. La ofensiva guerrillera buscó la guerra civil pero se encontró con una sociedad que no quería la violencia y desarmó políticamente a la guerrilla, obligando a Marcos a negociar la paz. En ambas situaciones el sistema se abrió pero no hubo una fuerza de recambio y la transición democrática se empantanó.
Ayotzinapa no ha derivado en un movimiento organizado. Los padres de familia de los normalistas ya se corrieron hacia la izquierda guerrillera y el PRD no sabe dónde esconder su cara de vergüenza por que Iguala fue el Tlatelolco de la izquierda. Por la dirección ideológica de López Obrador, el movimiento se enfiló hacia la exigencia de renuncia del Presidente de la República pero el resultado fue desastroso y sólo contribuyó a fortalecer la presidencia. La agenda lopezobradorista del resentimiento de sus dos derrotas presidenciales manipuló a los padres de Ayotzinapa.
La protesta social se convirtió en violencia social cuando los maestros disidentes de la CNTE se apoderaron de la bandera de Ayotzinapa y se dedicaron a asaltar comercios, incendiar oficinas públicas y a paralizar la vialidad pública y cuando los anarcos reventaron las marchas callejeras. Mediáticamente, el tema de los secuestrados fue opacado por la respuesta de la policía a la violencia en las calles.
El movimiento de protesta por los secuestros en Iguala ya fue desactivado por la radicalización ideológica de los padres de familia y no por la ineficaz respuesta política, de comunicación social y legal del gobierno federal.
Ayotzinapa fracasó porque quedó en bandera de protesta y no derivó en agenda política. Y con López Obrador como líder del movimiento, Ayotzinapa, en efecto, no somos todos.