La noticia ésta vez no ha sido que el seleccionador mexicano se mantenga en el banquillo nacional rumbo a una segunda Copa del Mundo; lo será, sin duda, si resiste los golpes de tan tortuoso camino.

 

La estadística es demasiado clara: sólo en los últimos dos procesos mundialistas, el Tri ha coleccionado nueve directores técnicos si contamos a cuatro interinos o provisionales que hubo en estos ocho años; casi tantos como los 10 que han seleccionado para Alemania a lo largo de su dilatada y exitosa historia.

 

Más incluso, que a lo largo de ocho décadas de Mundiales, apenas dos personas han resistido el cuatrienio completo: Bora Milutinovic para México 1986 y Ricardo Lavolpe para Alemania 2006. Sobra decir que nadie en el representativo mexicano, jamás de los jamases, consiguió ir a dos Copas del Mundo consecutivas sin haber salido del cargo por algunos momentos; en uno de sus cinco ciclos al frente del Tricolor, Ignacio Trelles estuvo muy cerca de alcanzar tal proeza, pero fue sustituido a un año de México 1970.

 

Ricardo Salazar, experto en estadística e historia de nuestro futbol, me explicaba una curiosidad: que Nacho Trelles siempre era firmado por torneo y no por año o proceso. Sirva eso como analogía para entender lo que más acomodó históricamente a nuestro futbol: salir de apuros temporalmente, ir paso a pasito, ser cortos en los plazos fijados, sacrificar mayores metas a costa de la inmediatez…, además de evitar el obvio desgaste de relaciones que implica esa posición.

 

Miguel Herrera llegó precisamente cuando el matrimonio Tri-Chepo de la Torre no daba para más, cuando la espiral de desconfianza estaba impregnada en el colectivo de jugadores, cuando cada conferencia de prensa era una guerra y cada salida al estadio Azteca un concierto de abucheos. Antes del Piojo, estuvo Luis Fernando como emergente por un partido y Víctor Manuel Vucetich con un contrato tan breve que podría remitir a los que firmaba don Nacho, pero Herrera llegó con la obvia consigna de corregir un entorno por demás conflictuado y lo consiguió con creces.

 

Ahí radica el mayor de sus retos: sí, es básico que conceda a nuestro balompié un salto de calidad, que lo lleve a otro nivel, que lo haga aspirar a objetivos mayores, pero, primero, que logre mantener sin desgaste sus relaciones con cada rubro (en el orden que usted guste, afición, prensa, directivos, jugadores, patrocinadores).

 

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Tras Estados Unidos 1994 Miguel Mejía Barón daba señas de reunir elementos para llegar hasta Francia 98, así como Manuel Lapuente después de Francia y rumbo a Corea-Japón 2002; el primero resistió hasta 1995, al tiempo que el segundo cayó en 2000.

 

Esa es la inercia histórica contra la que va Miguel Herrera, más allá de haber firmado su continuidad hasta Rusia 2018. Lo anterior se agrava en un cuatrienio que incluye dos Copas América, Copa de Oro, más la tensa eliminatoria y una eventual Copa Confederaciones.

 

Para que Miguel resista es fundamental que dosifique sus apariciones públicas y declaraciones. Lo que vivió desde la repesca con Nueva Zelanda hasta Brasil 2014 fue una carrera a velocidad; lo que vive ahora, es una especie de maratón. No parece que eso vaya o tienda a suceder y entonces veremos cómo se sostiene (o si refuta las tesis de los asesores de imagen que apuestan por limitar la exposición a medios).

 

Por ello digo que la noticia no es que se le haya renovado, sino que soporte en el timón hasta Rusia. De ser así, de romper los momios, de desafiar los antecedentes, de efectuar lo que nadie nunca antes en el banquillo mexicano, el ganador será nuestro futbol.

 

 

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