Bastaron un par de horas para homenajear al periodista, al ingeniero, al escritor, al dramaturgo, al guionista… a Vicente Leñero. El legado que por años forjó en el mundo de las letras fue recordado y despedido en el Palacio de Bellas Artes, pero fue también un adiós al maestro, el amigo, el padre…
Como en su vida, su funeral y homenaje debían ser sencillos, nada ostentosos. Sólo personas cercanas, gente que conoció de cerca su vida entre la máquina de escribir, los libros y el café.
Antes del mediodía, los arreglos en el Palacio estaban terminados. Las flores blancas, las coronas, la alfombra roja, las sillas, la orquesta; todo estaba preparado. Al centro estaría la urna con los restos del tapatío. Los asientos reservados adelantaban la llegada de sus hijas Estela, Mariana, Isabel y Eugenia, además de personalidades de la literatura, el cine y el teatro.
El atuendo negro de los asistentes contrastaba con el rojo de la alfombra. Enrique Singer, director de Teatro de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), lamentó la muerte de Leñero, se dijo triste: “la dramaturgia perdió uno de sus grandes hombres”, ese escritor de La carpa, Los hijos de Sánchez, del Pueblo Rechazado; de El Juicio y de La Mudanza.
El dramaturgo Ignacio Solares llegó invadido de recuerdos y anécdotas. Recordó el trabajo de Leñero en Excélsior, la conformación del semanario Proceso y los textos de la Revista de la Universidad. Por su narrativa, crítica, libertad y principios, dijo, “con la muerte de Vicente, se queda un enorme hueco difícil de ocupar”.
A la par, llegaron sus colegas Arturo Beristáin, José Solé, Marta Lamas, Eduardo Lizalde, Adolfo Castañón y Rafael Rodríguez Castañeda. En sus declaraciones resaltaba el cariño, el respeto y la admiración por el escritor de Los albañiles. Sólo había reconocimiento a su trabajo, infinidad de anécdotas y halagos para su narrativa.
En punto de las 12, el Palacio de Bellas Artes se llenó de aplausos. La urna con los restos del tapatío arribaron al recinto. La ovación de los asistentes acompañó el recorrido de la urna, hasta ocupar el centro del vestíbulo, justó ahí, donde no había un nombre, sólo una fecha (1933-2014) y, al fondo, una foto del autor de 10 novelas, tres colecciones de cuentos, cinco libros, 11 obras teatrales, guiones de cine, crónicas y documentales.
La primera guardia de honor fue la de las Leñero, la más emotiva. Los aplausos se realizaban a la misma velocidad que las lágrimas. Apenas un par de minutos resguardaron los restos de su padre. Después, familiares y amigos se turnaron para continuar con las guardias.
El cuarteto de cuerdas de Coyoacán musicalizaba el momento. Los bloques de silencio y solemnidad se rompían con los sollozos de los familiares al recibir el pésame y las muestras de afecto. Alrededor, actores, escritores y funcionarios esperaban resguardar la urna. Carmen Aristegui, Víctor Ugalde, Alberto Estrella y Blanca Guerra, entre ellos.
Cerca de las 13:30 horas, no permitieron más guardias. Era momento del homenaje. Luis de Tavira tomó el micrófono. Con su discurso recorrió el trabajo profesional del escritor, su pensamiento e ideología. “Vicente Leñero nos hereda una vida y una obra admirables, porque en él, México tiene a un campeón de la libertad y de la verdad, de cubrirla, hallarla y exponerla; fue la pasión que plasmó la congruencia de su obra”, comentó.
Cada palabra retumbaba en cada rincón del Palacio. Todos prestaban atención, asentían con la cabeza cada elogio, cada palabra para homenajeado. “Vicente Leñero, el periodista que supo elevar el oficio a la altura del arte, leal a la verdad”, continuó.
“Una poética audaz que supo caminar sobre el borde de la realidad y la ficción, lo convirtió en un virtuoso incomparable de nuestras letras”, afirmó De Tavira, mientras sus manos temblaban y su mirada permanecía baja, fija al papel. Con una ola de plausos concluyó su discurso. Él regresó a su asiento, entre palmadas en la espalda y gestos de agradecimiento de los asistentes.
El director del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta), Rafael Tovar y de Teresa, también dirigió un discurso. Recordó los aspectos característicos de Leñero como escritor, dramaturgo y periodista.
Después, cerca de tres minutos de aplausos despidieron Vicente Leñero, el constructor de historias y dramas, el autor del libro que estudiantes de periodismo y comunicación han tomado como bibliografía básica: El Manual de periodismo.
Sus restos fueron retirados para regresar a casa en San Pedro de los Pinos, allí, donde los esperaban su esposa Estela Franco y su colección invaluable de textos, esos con el que se le rendirá tributo con cada lectura. Lo dijo Tovar y de Teresa: “Finalmente, nunca morimos del todo. Descanse en paz Vicente Leñero”. DM