En la peor pesadilla del aficionado tricolor emerge la figura de Landon Donovan sometiéndonos, despojándonos de una hegemonía que pertenecía a este lado del Río Bravo, colocando la bandera de las barras y las estrellas sobre nuestra portería como si fuera Palacio Nacional en la enésima invasión estadounidense del pasado.
Se puede decir que el futbol dejó de ser consuelo mexicano ante el poderoso vecino del norte, precisamente de la mano (o de los pies) de este futbolista. Su irrupción coincidió con un cambio de orden en esta rivalidad, cuyo clímax inevitable (¡ay, dolor!) sucedió el 17 de junio de 2002 en Jeonju, Corea del Sur. Ese día la Selección Mexicana tenía que haber avanzado por primera vez a los Cuartos de Final de un Mundial disputado fuera de casa, pero Estados Unidos nos eliminó. Antes del gol de Donovan, el Tricolor caía uno por cero, luciendo inminente la igualada e intacto el sueño del quinto partido: travesaño, atajadones del portero rival, un penal clarísimo que se comió el árbitro, hasta que Landon hizo lo que sabe: anotar a México.
Vendrían muchos goles más para quien, al paso del tiempo, se convertiría en máximo artillero histórico de su equipo nacional, aunque el primero (en 2000), el más importante (en 2002) y el último (en 2013) serían contra el Tri; de hecho, no sólo es quien más veces ha ganado partidos a nuestro representativo, sino también quien más veces ha encontrado nuestras redes.
En el camino no sólo clavó goles, sino también palabras atoradas cual puñal en el alma del balompié de nuestro país. Tras una de tantas jornadas en que se vistió de verdugo, clamó al micrófono de mi compañero Miguel Gurwitz: “¡Dónde está Méxicou! ¡Dónde está Méxicou!”. En ese español con acento anglosajón que tanto puede irritar, logró causarnos gracia cuando apareció en una campaña de quinielas deportivas; el crack trataba de cruzar la frontera de norte a sur (disfrazado con sarape, sombrero y bigote), diciendo al agente fronterizo “soy mecsicanou (…) es más fácil ganar en Méxicou”.
Sin embargo, su legado va mucho más allá de las múltiples noches de dolor que nos propinó y jornadas de psicoanalista a las que nos obligó. Apodado Capitán América al igual que otro héroe deportivo retirado este año (el beisbolista Derek Jeter), fue responsable de la explosión mediática del futbol en Estados Unidos. Sus críticos insisten que nunca logró triunfar en Europa (pasó entre discreta y frustradamente por Bayer Leverkusen, Bayern Múnich y Everton), mas su presencia e impacto modificaron los alcances de la Major League Soccer: si Beckham lanzó ese certamen a cada rincón del planeta, Donovan la posicionó entre los locales.
Queda también el recuerdo de su peculiar forma de cobrar penales, colocándose en cuclillas antes de avanzar al encuentro con el balón, y, sobre todo, su afán competitivo; a más relevancia de la cita, a más urgencia del momento, aparecía con mayor contundencia.
Se ha retirado y es lugar común despedir a los grandes diciéndoles que “hasta siempre”, aunque en este caso me temo que lo ideal es felicitarlo, reconocerlo, apreciarlo, loarlo…, y suplicarle que no vuelva; suficientemente activo está ya en las pesadillas de muchos devotos tricolores.