Con permiso del senador presidente Miguel Barbosa Huerta; ciudadano Enrique Peña Nieto, Presidente Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos; Ministro Alberto Pérez Dayán, representante de la Suprema Corte de Justicia de la Nación; diputado Tomás Torres Mercado, vicepresidente de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados; señor gobernador del estado de Chiapas, Manuel Velasco Coello; Dr. Miguel Ángel Mancera, Jefe de Gobierno del Distrito Federal; señor secretario, Miguel Ángel Osorio Chong; don Laco, don Eraclio Zepeda Ramos, galardonado con la Medalla Belizario Domínguez 2014; senadoras, senadores; señoras y señores:
En 1956, el Senado de la República decidió entregarle la Medalla Belisario Domínguez al Dr. Atl, seudónimo del destacado paisajista Gerardo Murillo. Desde entonces no se le había entregado este reconocimiento a un mexicano cuyo sobrenombre es más conocido que su nombre.
Porque Eraclio Zepeda Ramos es Laco. Así le dicen sus abundantes amigos y así le dicen también sus lectores, que casi siempre se transforman en nuevos amigos. Bueno, incluso, se ha llegado a pensar que Eraclio Zepeda es solamente un invento de Laco.
Como el personaje Juan Rodríguez Benzulul, el nombre de Laco ha cobrado fuerza literaria y autoridad moral. Los nombres, según este magistral cuentista y cuentero, son importantes, por eso Laco pesa tanto como Eraclio.
Para hablar de Laco Zepeda, decidí acudir a diversos amigos y colegas de él para que fueran ellos quienes hablaran de su persona.
De Laco, dice Octavio Paz:
“La primera y única vez que vi a Eraclio Zepeda me pareció una montaña. Si se reía, la casa temblaba; si se quedaba quieto, veía nubes sobre su cabeza. Es la quietud, no la inmovilidad. Un signo fuerte: la tierra áspera que esconde tesoros y dragones. El lugar donde viven los muertos y los vivos guerrean”.
De Laco, dice Juan Rulfo:
“Quien lee a Eraclio Zepeda siente la ternura que él lleva en su corazón. Un hombre que expresa ternura, que sabe desarrollar y desenvolver y sobre todo expresar la ternura, tiene que crear ternura”.
De Laco, dice Rosario Castellanos:
“En su literatura hay una conciencia vigilante que no quiere quedarse en las meras imágenes de las cosas, que quiere tocar raíces, que quiere colocar su testimonio en el sitio que le corresponde dentro del conjunto de datos que sobre Chiapas se han ido reuniendo”.
De Laco, dice Emmanuel Carballo:
“Es un joven –bueno lo dijo en 1961- es un joven que ve con amor y solidaridad los problemas humanos. Sus cuentos además de arte son documentos”.
De Laco, dice el argentino Mempo Giardinelli: “Sus cuentos hay que leerlos de pie”.
De Laco, dice el peruano Bryce Echenique:
“Eraclio Zepeda, el mejor cuentacuentos, el más grande y generoso narrador oral que hay en el mundo y de ellos, de los narradores orales, es el reino de los cielos”.
De Laco Zepeda, dice Vicente Quirarte:
“Cuando se lo ha exigido México, ha ocupado cargos de responsabilidad pública y ha enfrentado asperezas de quienes no recuerdan, con la frecuencia y con la intensidad debidas, una frase lapidaria de José Martí: ‘Quienes no tienen el valor de sacrificarse, han de tener al menos el pudor de callarse frente a los que se sacrifican’”.
De Laco, dice Federico Reyes Heroles:
“Como mexicano, qué orgullo que Eraclio Zepeda, el poeta, el cuentero y cuentista, el antropólogo, el historiador, el hombre de compromisos reciba el merecido honor de la presea de su paisano Belisario Domínguez. Don Belisario estaría muy contento”.
Y estamos muy contentos, porque Eraclio le añade bondad a sus ideas. Él es un hombre que convence sin agredir.
Y convence desde las más diversas trincheras, bien decía Eraclio que lo único que le faltó en la vida fue ser sacerdote y cosmonauta; y que lo segundo le sería imposible porque no podría estar lejos de la raza humana.
A los 10 años de edad dirige en Tuxtla el periódico Alma Infantil y es el único periodista que consigue una entrevista y un beso de la actriz Amanda del Llano.
A los 20 años escribe Benzulul, un libro de cuentos que nació siendo un clásico de su género. A esa edad viaja a Cuba para impartir clases y estando ahí lo sorprende la invasión de Bahía de Cochinos. Eraclio se enlista como miliciano y toma parte en el combate. Es privilegiado testigo del momento en el que un tanque cubano lanza un cañonazo sobre el barco de los contrarrevolucionarios. El cañón del tanque era operado por Fidel Castro. El que manejaba el tanque, nos cuenta Eraclio Zepeda, era un taxista de La Habana.
Forma parte, junto con Juan Bañuelos, Óscar Oliva, Jaime Augusto Shelley y Jaime Labastida de un grupo poético fresco, lleno de intuiciones, crudeza y compromiso: La Espiga Amotinada.
Es profesor de español en China; es corresponsal de prensa en Rusia; amigo y colega de Pablo Neruda.
Regresa a México e integra la dirección colectiva de la revista Cambio junto con Juan Rulfo, Julio Cortázar y José Revueltas
A los 50 años de edad es el único mexicano se convierte en Pancho Villa en dos ocasiones para el cine, en Reed, México Insurgente y para la película Campanas Rojas.
A los 60 fue director de Radio UNAM y embajador de México ante la UNESCO.
Y a los 70 años acude a una nueva trinchera, una trinchera que es la novela. Destino que ya se le había advertido de joven a él por Alfonso Reyes y cuya recomendación no puedo repetir en esta tribuna.
El escritor chiapaneco es un referente como militante de la izquierda mexicana y lo es como legislador, los es como tribuno, lo es como funcionario y como candidato a la presidencia. Milita en el Partido Comunista; funda el Partido Socialista Unificado de México, por ese partido es electo diputado.
Y con Heberto Castillo da vida al Partido Mexicano Socialista y apoya la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas. Es fundador y militante del Partido de la Revolución Democrática.
Laco Zepeda no se ha dedicado a pontificar. Ha estado en los tiempos y en las circunstancias de desafío, con la entereza y la buena calidad ética que es el rasgo característico de todos aquéllos que empatan su nombre con el de Belisario Domínguez.
Ha sido coherente en su apuesta por una izquierda crítica, pensante y, sobre todo, democrática.
En él no hay ningún fundamentalismo ni ninguna actitud acomodaticia. Es un militante ejemplar y un amigo de la diversidad en las militancias políticas. Un poeta, como lo dijo aluna vez Octavio Paz, no puede comportarse de otra manera.
Eraclio Zepeda es un prodigio de la charla y un gran dialogador. Cree en el diálogo y lo practica de manera transparente y vertical.
Hace 20 años, cuando Chiapas tuvo el desafío de ser la casa de todos o no serlo de nadie, Eraclio Zepeda puso sus sabidurías y sus saberes al servicio de la paz de su tierra.
Eraclio Zepeda sólo tuvo que seguir el ejemplo de Belisario Domínguez como hombre de palabras libres.
Señoras y señores:
En la obra de Laco Zepeda hay un personaje que puede servirnos para reflexionar en torno a las circunstancias actuales de la Nación. Se trata de Pacífico Muñoz, conocido como don Chico, protagonista del cuento Don Chico que vuela.
Don Chico era un hombre sencillo y obstinado que se molestaba ante las dificultades para visitar pueblos lejanos. La patria de don Chico era una de montañas escarpadas, de ríos traicioneros y de caminos angostos. Don Chico pensaba que ir a pie era inútil e ir a caballo era simplemente una tontería. Lo indispensable en esas tierras era volar.
La idea del vuelo se le fue afirmando en la cabeza como un sombrero de ensueños. Hasta que un día, con la firmeza que da el total convencimiento, anunció:
—Señoras y señores: voy a volar.
Y puso manos a la obra. Tras intensas reflexiones y cálculos matemáticos construyó sus alas de carrizo y de palma. Cuando quedó todo listo, el navegante hizo saber que volaría al cielo.
El problema fue que al saber que don Chico iría al cielo, comenzaron a hacerle encargos. Le pidieron llevara queso, que llevara tragos, que llevara café a los difuntos. Rápidamente creció el volumen de dulces, de tostadas, de sandías, bueno hasta algún animalito. Después de todo, la mayor parte de los amigos y de los vecinos de don Chico tenían por ahí algún alma que se había quedado con el antojo.
Entonces llegó el gran día y don Chico subió al campanario de la iglesia para emprender el vuelo. Pero la carga excesiva lo evitó. El hombre volador se desplomó y la tragedia se consumó de inmediato. Alguien de entre los mirones pronunció una frase misteriosa y lapidaria:
—Lo mató el sobrepeso. Si no fuera por los encarguitos, don Chico vuela.
Hasta aquí Laco Zepeda, pero surge una interrogante:
¿No hay una similitud entre nuestro país y Don Chico que vuela?
Porque México varias veces ha querido levantarse, ha querido volar, pero justamente ha habido mucho sobrepeso.
Sobrepeso como las instituciones extractivas que han arraigado un estado permanente de desigualdades totales: desigualdad en la concentración de la riqueza, desigualdad en la distribución del ingreso, desigualdad ante la ley, desigualdad en la calidad de los servicios, desigualdad en el ejercicio de los derechos políticos.
Pero otro de esos encarguitos ante los ojos de la sociedad, uno muy pesado, es nuestra clase política.
Nuestra clase política que, como las sandías y los quesos en la historia de Laco, no nos han permitido emprender un vuelo digno de nuestra Nación.
Nuestra clase política, en la que nos incluimos los integrantes de todos los poderes de la República, que pocas veces ha estado a la altura por diferentes circunstancias.
Nuestra clase política que ha ido acumulando intereses que, como los dulces y las frutas de don Chico, constituyen una carga pesada que es necesario, y que es urgente, eliminar.
Hoy hay una crisis de credibilidad que parece abonar a la propuesta que “se vayan todos”. Yo no comparto esa propuesta. Soy un convencido de la dinámica creadora de la política, pero ésta, para echarse a andar, debe partir de una autocrítica honesta y rigurosa.
Para remontar las dificultades, el único camino es la política, pero una política como la entendía Belisario Domínguez: la práctica cívica por excelencia.
Por eso, empecemos ya.
Más democracia para resolver los problemas de la democracia. Una democracia realmente participativa como el mayor contrapeso al abuso de poder.
Empecemos ya, porque no puede haber democracia sin partidos, pero no puede haber partidos sin confianza ciudadana, sin representación efectiva y sin rendición de cuentas.
Empecemos ya, saneando los mecanismos de acceso al Poder para que no se haga política con dinero ni dinero con la política.
Empecemos ya, con funcionarios públicos más sensibles, más humildes, sin privilegios y sin impunidad.
Empecemos ya, entendiendo que el Poder no es patrimonio personal de los políticos, ni licencia de impunidad, ni patente de privilegios. Es hora de ponerle fin al fuero. Empecemos en nuestra casa, empecemos por los legisladores
Empecemos ya, entendiendo que sin transparencia no hay democracia. Asumamos todos tres compromisos, tres compromisos en los tres poderes y los tres niveles de gobierno: Declaración patrimonial en versión pública, declaración de impuestos de los últimos cinco años y declaración de intereses.
Empecemos ya. Si no lo hacemos, abrimos…
Empecemos ya porque si no lo hacemos, abrimos la posibilidad de que las libertades sigan tutelando la impunidad y que la democracia se prostituya en el altar de las ganancias.
Empecemos ya.
La lección de Don Chico es válida para los mexicanos de hoy. Necesitamos liberarnos de las cargas que oprimen a la Nación y la mantienen al ras del suelo, muy lejos del horizonte que los mexicanos merecen. En su locura, don Chico, como don Quijote, se va ganado el respeto porque no somos testigos de su insensatez sino invitados a pensar en las similitudes entre el personaje que quiere volar y la nación que no ha podido hacerlo.
El nombre de Eraclio Zepeda estará en el muro de los mexicanos dignos de llevar la medalla Belisario Domínguez.
Ojalá que Laco siga escribiendo y ojalá en el futuro pueda él contarnos que don Chico voló, y que México fue mucho pueblo para la derrota.