Biológicamente vive pero ayer su tiempo se convirtió en cadáver. Fidel. El epítome de la ideología como arma de destrucción masiva se encuentra en su despacho postjesuita pensando en resolver el enigma de los ideales convertidos en pecados.

 

El laureado (aunque poco reconocido) como premio Nobel de la Paz, Barack Obama, movió ficha para desempolvar la geopolítica del siglo XXI y, ahora sí, llevarse a Fidel Castro al área de archivo muerto, y de paso, dejar a Raúl vulnerable frente a la ola de cambios que ayer mismo comenzaron y que requiere a un líder en el timón. No hay tiempo que no llegue ni siglo pasado que se proyecte en el futuro.

 

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La diplomacia de Obama se graduó ayer después de seis años de episodios vergonzosos como el de Siria o el del desgajamiento de Irak. Su apuesta primigenia fue obtener un acuerdo de paz entre Israel y Palestina. Falló al nombrar a John Kerry como secretario de Estado. La paz no la desea Netanyahu pero las naciones no tan unidas como la ONU lo acorralan día a día.

 

A Latinoamérica y el Caribe, Obama los había recorrido de puntitas. Con México no se topó con interlocutores globales. Felipe Calderón reveló su visión trasnochada del yankee go home, mientras que Enrique Peña carece de pelaje global. En efecto, México no sirvió de puente entre Estados Unidos y Cuba, como sí lo hicieron El Vaticano y Canadá. Nicolás Maduro le declaró la guerra verbal, es decir, banal a Obama con el único objetivo de cohesionar lo que parece imposible, a la sociedad.

 

Si Fukuyama describió su sueño en El fin de la historia, Fidel Castro se encargó de colocarle el ornamento estético del engaño. La democracia no se mimetiza a través de sucursales de McDonald’s. Para Fukuyama, el mito de la caverna lo representó el derrumbe del muro de Berlín. Sombras que engañaban a medio mundo haciéndole creer que el cambio vendría en la isla. Fukuyama pensó que con la inexistencia del Muro un fuerte viento de cambios acabaría tumbando a la dictadura de Castro. No la tumbó. Simplemente la momificó con reflejos vitales. Siempre vital aunque trasnochada.

 

En efecto, tuvieron que pasar 25 años del 9 de noviembre de 1989 para que un presidente estadunidense moviera ficha en el tablero de la geopolítica. Ahora, el reacomodo geoestratégico llegará. De poco servirán movimientos momificados como ALBA; las represiones de Maduro se verán en 3D desde La Habana; el eje chavista se disipará; Estados Unidos reconocerá que el mundo ya no es unipolar ni minipolar. Latinoamérica, en general, se sacudirá de vestigios inmovilistas. En México, el Partido de la Revolución Democrática (PRD) y López Obrador (Morena) pasarán a formar parte de la historia que nunca se convirtió en tiempo presente. ¿Quién refundará a la izquierda?

 

Obama reconoce que gente de su generación no había nacido aún cuando inicio el congelamiento de relaciones. Castro promete diálogo con Naciones Unidas, es decir, por fin hablará sobre derechos humanos, democracia y libertad de medios. Obama abrirá embajada en La Habana y con ello llevará a un punto sin retorno la relación con Cuba. Los republicanos no se atreverán a cerrarla. Parecen rasgos de un 28 de diciembre; inocentes intenciones por ver la revolución de la dignidad. La realidad es que el tercer motor de la globalización lo representa la apertura diplomática de Estados Unidos y Cuba.

 

Al finalizar el siglo pasado el comercio internacional dinamitó los paradigmas de la sustitución de importaciones. Después llegó la revolución tecnológica en la que el mundo empequeñeció de tamaño. Faltaba el tercer motor. La diplomacia que lograra pasar página a uno de los capítulos más amargos del siglo pasado: la guerra fría.

 

La buena noticia es que el cambio no es biológico, es diplomático. Concluyó el siglo XX cubano.