Por Carlos Rojas Urrutia | Correo del Libro
Una de las dudas trascendentales que ha acompañado a Hugo Hiriart (Ciudad de México, 1942) y para la cual aún no tiene respuesta, es el motivo por el cual dejó de pintar para dedicarse a la literatura. Ese infortunio feliz, que lo alejó de las artes plásticas, le hizo recorrer el camino de las letras principalmente en dos vertientes, que ha cultivado con su ingenio y humor: la dramaturgia y el ensayo.
En su deseo de escapar de lo cotidiano, Hiriart ha escrito ensayos como Disertación sobre las telarañas, donde aborda desde la reflexión las acciones más triviales de la vida humana; Sobre la naturaleza de los sueños, en que establece una experiencia del sueño durante la vigilia; o Los dientes eran el piano, donde expone su particular explicación del arte.
Miembro del Sistema Nacional de Creadores y de la Academia Mexicana de la Lengua, Premio Nacional de Ciencias y Artes en 2009, Hiriart atiende las deudas con filósofos y escritores que influyeron en su manera de percibir el mundo.
Pero es como un escape a la realidad que ha construido su obra literaria; sin estudiar propiamente letras, ni teatro, ni nada en particular, “porque estoy convencido de que si algo nos gusta lo podemos aprender por nuestra cuenta. Yo digo que cualquier cosa que nos separe de la vida cotidiana, que es espantosa, es una gran virtud”.
La conversación transcurre del modo azaroso y casi caótico en que uno recibe sus textos: responde preguntas mientras desayuna (“es más interesante para la gente que coma mientras hablo”); diserta sobre el uso del “usted” en el español actual; nos divierte contando anécdotas propias o de escritores de otras épocas; rememora la calidad de su caligrafía y “el prodigio” de las muchachas de la Facultad de Filosofía y Letras de su juventud, y señala que no hace artículos de actualidad porque mueren con la misma.
¿Cuál ha sido la fórmula para permanecer vigente con tus artículos y ensayos?
Lo que me salvó de estar atado a alguna esclavitud infurtuosa fue que soy muy flojo. Entonces hice esta consideración: Si hago artículos de actualidad, mi artículo muere con la actualidad. Yo me dije: cada artículo que escriba no lo voy a escribir para el periódico, sino para un libro futuro. Es decir, lo voy a hacer con cuidado para que sea como si fuera a dar un libro.
¿Dónde te colocas para escribir, en esa frontera entre pensar e imaginar?
El arte se hace imaginando. Para hacer algo bueno, tienes que hacer algo que te supere mucho. Te ofrece otro camino la imaginación, porque la imaginación no la gobiernas tú. Uno es muy predecible y muy bruto. Tienes que salirte de ti mismo para que el azar y otras cosas que son frescas y padrísimas te pongan donde debe ser.
¿Cómo aplicas la herramienta de la imaginación a tu escritura?
La imaginación no se utiliza. Tampoco se aplica. La imaginación eres tú. Así construyes tú. O no construyes, o construyes mal. Por eso la creatividad va de la mano de la imaginación. Los grandes matemáticos descubren las cosas con la imaginación. Los ingenieros, los arquitectos, todo mundo. Crear es imaginar.
¿Ha cambiado el acercamiento a la lectura en el mundo digital?
No cambia. Si no tienes imaginación no eres humano. Eso no puede desaparecer ni variar. Si lees en la computadora, si lees en el periódico que está tirado en la calle, si lees en un libro que compraste que te encantó, si lees en una revista pornográfica, si lees en la cosita esa horrenda, el Kindle ese… leer es leer. Eso no puede variar.
¿Cuál fue el proceso mediante el cual llegaste a ese estilo que define tu escritura?
El tiempo. En 1967, me llamó Julio Scherer a mi casa y me dijo: “oye, queremos tener la opinión de un joven en las páginas editoriales, ¿te interesa?”. Yo era estudiante de filosofía y nunca había escrito un artículo, pero me aventé, como he hecho siempre en mi vida. Escribí dos artículos: uno sobre el padre Lemercier y el otro sobre José Luis Cuevas. Desde entonces hasta acá no he dejado de hacer un artículo al mes de menos.
¿Cuál fue el proceso que te llevó a la literatura?
Yo me había metido a estudiar arquitectura por debilidad mía e influencia de mi madre. Estuve un semestre y ni siquiera creo haber entendido todo lo que vi ahí. Luego quería ser escultor. Así que fui a clases a La Esmeralda tres o cuatro veces, pero preferí volver a la Universidad, donde yo ni sabía qué era la filosofía, porque la educación en México es muy mala.
En tus ensayos has desarrollado la idea de “el juego del arte”, ¿cómo se da el juego de la literatura para ti?
Te diré algunas cosas que espero no desequen mi trabajo: lo primero es que conviene que no te tomes muy en serio. O que de plano no te tomes en serio. Y que no pienses mucho. Yo nunca en mi vida he hecho para una novela o una obra de teatro una escaleta; lo que a mí me hace seguir escribiendo algo es que no sé qué va a pasar ni a dónde va a ir.
Has dicho que tienes pocos lectores… ¿se puede ser pesimista con hacer literatura y encontrar pocos lectores?
A mí me dijo Octavio Paz: “sabe usted (porque siempre nos hablamos de usted), váyase de México. Aquí no lo van a entender. Váyase. A Francia, a Estados Unidos, a donde quiera, pero aquí no”. Y bueno, me quedé aquí… Y tenía razón Paz. A mí me leen cuatro gatos. Para un escritor el número no significa nada. Importa la calidad del lector, como en la mayor parte de las cosas.
¿Hay algún tipo de ensayo de autores actuales que te atraiga?
No. Es que ahora ya leo muy poco.
¿Tienes algún proyecto de escritura?
Tengo varias tentaciones pero no me decido. Una es por ejemplo hacer notas autobiográficas. Porque ya llegado a mi edad… luego me da flojera. Además, parece mentira pero cuesta trabajo regresar a donde están los fantasmas. No sé. De pronto me voy a decidir. Pero pensando no será.