“La mayor parte de mis días los paso sola en mi escritorio, lejos del ajetreo político de México. Pero en los siete años que pasé escribiendo mi novela, y esto significa no solo leyendo e investigando en archivos, sino también en mi imaginación, como una espeleóloga que explora las grietas y recovecos de los puntos de vista de varios personajes -incluyendo al emperador de México-, llegué a comprender, con mayor profundidad de lo que hubiera creído posible, los enigmas y las sorprendentemente dolorosas realidades del poder político”, escribe Catherine Mansell -casi como una confesión- en su más reciente obra Odisea metafísica hacia la revolución mexicana, una interesante investigación con una narrativa impecable sobre la vida del presidente Francisco I. Madero y su libro secreto.
La economista y escritora, esposa del gobernador del Banco de México, Agustín Carstens, continúa casi como si hablara en la intimidad, en voz baja.
“A pesar del título que una pueda tener, cuán poco de eso conoce a veces: el golfo que separa la realidad de la percepción, la importancia crucial de controlar la percepción. Por otra parte, en ciertas circunstancias, cuánto de eso puede una ver nada más tronar un dedo: cantidades espantosas, que dan vértigo. La actitud enloquecida, de pastor alemán, de aquellos que buscan el favor de una (Dios mío, ¿de dónde salió está gente?); la ingenuidad a veces peligrosa de la familia de una, de sus amigos y subordinados; los enemigos, algunos personas decentes que luchan por una bandera distinta, pero otros con la ética de un mapache rabioso. Los que la idolatran a una, los paranoicos, los chismosos, los fastidiosos.
“Luego están los periodistas, como un ejército de duendes: amigables, odiosos, cooperativos, honestos, expertos, ineptos. Una abre el periódico estrujándose el corazón. Por último, crucialmente, he empezado a entender la necesidad, el privilegio, la despiadada jaula y la posible trampa mortal de tener que ir a todas partes, siempre, con una escolta de guardaespaldas armados.
“Justo cuando acababa de darle forma al primer borrador de mi novela, el presidente Felipe Calderón nombró a mi esposo para su gabinete y, aunque en otro siglo y con muy diferente forma de gobierno, comprendí que lo que tan meticulosamente había imaginado sobre la naturaleza del poder, a un nivel personal, era precisamente cierto”, confiesa Mansell.
Y prosigue páginas adelante escarbando en la sicología de los poderosos de la política mexicana a partir de las experiencias vividas por el presidente Madero: “Nosotros que tenemos la ventaja de la visión retrospectiva, sabemos que fue un error lamentable no creerle a su hermano lo de la conspiración y la traición del general Huerta. Pero, ¿quién, por lo menos una vez en su vida, no se ha negado a ver algo que era obvio y sin embargo, en ese momento impensable?… todos tenemos desesperadas necesidades. Todos vivimos en una casa de cristal, así que mejor nos deshacemos de nuestras piedras”.
Pero Catherine Mansell va más allá en su ensayo sobre Madero. Se atreve. Desnuda las debilidades de los presidentes que habitaron el Castillo de Chapultepec y luego Los Pinos. “Si pocas personas poseen la habilidad, los cojones y la suerte necesarios para agarrar las riendas del poder, como tan brillantemente lo hizo él (Francisco I. Madero), muchas menos saben cómo montar bien ese macho, cómo atravesar el torbellino cotidiano de retos insólitos e incontables tentaciones de tal manera que, cuando uno desmonte, pueda mirar hacia atrás con ojos limpios y sentirse orgulloso. Más contados aún son quienes saben cómo sobrevivir la cabalgata y retirarse a vivir otra vida, libres de amargura por lo que perdieron”.
Sin duda, en la coyuntura actual, la de Mansell es una lectura imprescindible.