Por Carlos Rgó | @Rgock | Yaconic
Pelo Malo (2013) es la conclusión de un trabajo que empezó en 2011, en el que Mariana Rondón ─directora─ y Marité Ugás ─productora─ trabajaron la historia de Junior, un niño de 9 años que quiere salir con el pelo liso en la foto de la escuela; y Martha, una madre soltera que aspira recuperar su antiguo empleo.
Mariana Rondón construye una atmósfera íntima para mostrar el alma de unos personajes que viven en los barrios 23 de Enero y Simón Bolívar, en Caracas, Venezuela, dentro de 500 bloques de departamentos[1]. Una arquitectura hecha de gestos, en un suburbio, es el pretexto para lanzar preguntas al espectador: ¿Qué ven los personajes? ¿Desde dónde y cuál es la posición que tienen para encontrar el diálogo consigo mismos? ¿Qué ves tú?
Los gestos violentan por sí mismos, por irreversibles y silenciosos. La naturaleza plástica y la organización de sus elementos como índices de sensaciones que el espectador puede conceptualizar, no demeritan las lecturas homofóbicas o racistas que se le han hecho a la película. En este caso, me interesan los valores plásticos que determinan la frescura de las imágenes. Con gestos violentos que quieren hacer surgir lo oculto en contraste con lo cómico, la mirada sobre el espacio y los personajes están ligados con la vocación de artista plástica de la directora.
Pelo Malo es una película que defiende las pequeñas rebeldías dentro de un contexto social que violenta la imaginación. El pesimismo sutil, sin embargo, esboza una ligera fuerza creativa, que lanza al espectador a recordar un tiempo sin asfixia: la infancia. Los ojos de un niño son los nuestros por un momento. Pero este punto de contacto se mueve entre Junior y su madre, para dejar en evidencia la fuerza de un prejuicio y cómo se puede sobrevivir a través de él.
En Venezuela, dos arquetipos ayudan a escapar a los niños de sus condiciones sociales: los concursos de belleza y la vida militar. El arquetipo no encaja en Junior, pero sí en su madre. La mujer teme que su hijo no sea heterosexual. Junior teme que su pelo no quede liso para la foto. Estos temores se visten de un humor peculiar, que oculta el dolor opresivo de una sociedad que absorbe los sueños. Rodón encuentra en la pobreza, el dolor y la tristeza, una belleza que antes no era vista. Hay un juego gestual para guiarnos al universo infantil de Junior: un universo frágil pero consciente.
Nuestra percepción, como un sistema de configuraciones, tiene sus puntos ciegos. Estos residuos de oscuridad son trabajados por la fotógrafa Micaela Cajahuaringa, que aprovecha la luz de los bloques en los que viven los personajes, para realzar el contraste de la piel de los actores. Micaela piensa claroscuros perfectos. Con una mirada suave y llena de virtudes discretas, proyecta una suerte de fotografías a la manera de Nan Goldin y hace notar la vena artística que heredó de su padre: el pintor peruano Milner Cajahuaringa. Además, le da a Caracas una suerte de museo al aire libre. La ciudad es una intimidad conectada a las venas de los personajes; enorme, imponente, de una belleza geométrica difícilmente desapercibida.
Mariana Rondón, Marité Ugás y Micaela Cajahuaringa son egresadas de la Escuela de Cine EICTV de Cuba, una de las más importantes academias audiovisuales, que tiene como lema: «Aprender haciendo». El resultado de su trabajo en equipo ha originado proyectos como Sudaca Films y varias películas en las que intercambian los roles de directora y productora. Entre risas y desconcierto, la anomalía se convierte en regla, y podemos atravesar el discurso audiovisual con la alegría descarnada de una edad sensitiva que aprende mientras actúa.
Para conocer más del trabajo plástico de Mariana Rondón, puedes revisar su página oficial.
[1] La imagen del bloque de departamentos es parte de una instalación llamada “Superbloque” que consiste en la búsqueda de los detalles que hay en el edificio para entrar en la vida íntima de las personas que habitan en ella. En la instalación el espectador tiene en sus manos la decisión de ver o no ver lo que hay ahí dentro.