Estrenada en el Festival de Sundance en Enero del 2014, Boyhood ha sobrevivido a la oleada de películas de prestigio -y no tanto- que han salido durante todo el año para arrasar con cuanto premio se le ha puesto enfrente y aparecer al tope de innumerables listas recapituladoras. En mi caso no es la excepción; algunos estrenos están por verse todavía, pero dudo que alguna otra película cause mayor impacto en mí. Es sin duda un logro sin precedentes y una experiencia que vale mucho la pena disfrutar.
 La saga detrás de su realización es fascinante por sí misma. El director Richard Linklater la filmó durante doce años, juntando al elenco principal cada verano para filmar los diferentes pedazos que al final dieron como resultado una historia épica en que los actores/personajes crecen en la pantalla ante nuestros ojos. Linklater lo hace ver muy fácil, pero debió haber sido un proceso por demás complejo en que cada vez se tenía que buscar seguir con el mismo tono, hacer que todo fluyera naturalmente, que las relaciones se siguieran mostrando creíbles, y también –muy importante- que los actores infantiles siguieran interesados.
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Boyhood comienza con un pequeño Mason (Ellan Coltrane) que vive con su mamá (Patricia Arquette, estupenda) y su hermana (Lorelei Linklater, hija del director), pasando por toda su niñez e inevitable llegada de la adolescencia, mostrándonos en el camino la relación con su inestable papá (Ethan Hawke), sus primeros amores y amistades, su eventual interés por el arte, y el desenvolvimiento general de una familia fracturada.Es una historia simple, pero de un poder inmensurable. La película podría haberse quedado en un ejercicio curioso para ser estudiado por años en escuelas de cine, pero de la mano de Linklater se convierte también en un documento afectivo sobre el proceso de crecer, de sobrevivir y de encontrarse a uno mismo. En la narrativa a veces hay eventos importantes y a veces parece que no pasa nada, tal como la vida misma en que personajes van y vienen, en que algunas situaciones impactan más que otras, y en que simplemente hay que seguir fluyendo.
Esto es logrado impecablemente por una edición magnífica que se siente natural en todo momento y en que el paso del tiempo se evidencia sobre todo por los cambios físicos de Mason, pero siempre al servicio de una historia –escrita por el director- que tiene a su vez todo y nada de especial.
Qué ganas de que en doce años Linklater nos sorprenda con que nunca dejó de filmar y nos entregue la continuación de esta saga -muy al estilo de sus Antes del Amanecer (1995), Antes del Atardecer (2004) y Antes de la Medianoche (2014)- pues sin duda tiene el toque maestro para contar este tipo de historias. Yo me quito el sombrero.