Mientras en algunos lugares están empezando a prohibir los smartphone en los salones de clase, tal y como lo mencioné en un artículo anterior, en otros están levantando la prohibición.
Así está ocurriendo en Nueva York, donde su alcalde ha decidido levantar esta impopular prohibición en las escuelas públicas y sustituirla por una política restrictiva que se puede aplicar en tres niveles a partir de marzo de este año. Por un lado, la obligación de que los dispositivos permanezcan en las mochilas todo el día, pudiendo únicamente sacarlos en caso de necesidad.
Por otro lado, que su uso esté restringido a unas determinadas horas y lugares dentro de la escuela. Por último, que se utilicen de manera ocasional en el aula para integrarlos en los procesos educativos. Cada director de escuela tomará el nivel que desee. Todos están de acuerdo que la idea fundamental es usar el sentido común para regular su uso en este espacio cotidiano para los jóvenes.
La ley que obligaba a dejar en casa los celulares y dispositivos móviles la puso en marcha el ex alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg, para hacer frente a las preocupaciones que había sobre el engaño, robo y riesgo de los estudiantes que usaran sus teléfonos para convocar a una multitud para una pelea.
Pero en realidad, la prohibición nunca se ha aplicado de manera consistente en todas las escuelas de la Gran Manzana. Incluso el actual alcalde admite que su hijo lleva su celular a clase.
En las escuelas con detectores de metales, los alumnos pagaban un dólar por dejar sus celulares o dispositivos en camionetas o en comercios cercanos a la escuela.
Si bien los dispositivos móviles en la escuela pueden ser una fuente de distracción, no hay que erradicarlos sino encontrar la manera de que sean útiles. La tendencia está en un uso masivo para la educación por lo que la próxima generación de terminales tendrá un costo aproximado de 25 dólares para acercarlo a la educación y evitar así la brecha digital.
El problema de fondo no es tanto la distracción sino la imposibilidad de todas las personas que rodean a los jóvenes en su educación (padres de familia, profesores, etc.) de reinventar nuevos procesos educativos con esos dispositivos.
Es triste ver a los jóvenes con potentes dispositivos y que no los aprovechen en sus clases por miedo a la distracción. Hay que lograr que los estudiantes vean en sus smartphone una potente herramienta que si bien les sirve para el entretenimiento también para tener un mejor aprendizaje.
La tarea también viene para la otra parte, es decir, en las escuelas también deben proveer entornos amigables en cuanto a infraestructura (wifi de calidad, cargadores en sus mesas, etc.) y en cuanto a lo académico, que encuentren en la metodología académica una rutina de uso. Cuanto antes un niño tenga un dispositivo con un uso regulado será mejor pues desde pequeño está acostumbrado a su uso y no le resultará extraño incorporarlo a todos los ámbitos de su vida, incluido el académico. Con la familiaridad de haberlo integrado en su cultura del juego, comunicación y ocio, mejor uso le dará en un futuro.
Entonces, la pregunta es si los dispositivos móviles conllevan tantas posibilidades, por qué nos cuesta tanto integrarlo en la educación. Existen diferentes tecnologías que hacen muy sencillo organizar una clase. Ya no hay motivo alguno para que los alumnos vean su escuela como un entorno totalmente desconectado, en el que se ven obligados a hacer un viaje en el tiempo, pero hacia atrás, hacia el pasado.
Las preguntas que se pueden hacer estos jóvenes con respecto a su escuela es por qué van a permanecer en una que le obliga a renunciar a los avances tecnológicos que ya forman parte de su entorno y lo formarán durante el resto de su vida personal y profesional. Es más, es muy probable que cuestionen a sus profesores por ser incapaces de idear o plantear un uso serio de los smartphone con el potencial educativo que tienen.
Investigadora del Proyecto Internet, Cátedra de Comunicaciones Digitales Estratégicas, Tecnológico de Monterrey, campus Estado de México.