En Francia, la discrecionalidad del humor ha entrado a los continentes de lo judicial y la moral debido a que el sentido común dejó de confiar en la inteligencia. El gobierno de Hollande otorga un millón de euros a Charlie Hebdo, justo en la cresta catártica de su existencia, al tiempo que acusa de apologista a Dieudonné Mbala.

 

Dos días atrás, el cómico antisemita Dieudonné activó la aplicación de Facebook en su teléfono celular para postear: “Me siento Charlie Coulibaly”, soflama con el que intenta hacerle contrapeso al Je suis Charlie, el trending topic de la conciencia libertaria. Defender a Couliabaly es un anatema porque se trata del apellido de Amedi, el terrorista que ingresó a un supermercado kosher con el único objetivo de matar a judíos la semana pasada en París.

 

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Un año atrás, el ministro del Interior Manuel Valls calificó el humor de Dieudonné como “antisemita y racista” y solicitó a un juez que ordenara la suspensión de su montaje teatral El Muro porque en él Dieudonné mimetizaba la señal que el jugador de futbol Nicolas Anelka hizo después de anotar un gol: el saludo nazi llamado quenelle. En enero de 2013 Valls no pudo sustentar el motivo judicial por el entorno laico de las leyes. Sabemos que la segunda mejor opción para arrinconar a los perseguidos son los impuestos. En efecto, las leyes no pudieron castigar la imbecilidad de Dieudonné pero sí el fraude fiscal. Fin de capítulo.

 

Ahora, Dieudonné resucitó gracias a las circunstancias trágicas de Charlie Hebdo. Lo acusan de apologista de terrorismo. Atención, Manuel Valls ha ingresado a un callejón. Se deja fotografiar con un ejemplar de Charlie Hebdo pero al mismo tiempo le pide a los suyos que detengan a Dieudonné. ¿Cuál es la frontera entre Charlie Hebdo y Dieudonné? Ambos son obsesos de la burla; ambos atacan a la fe religiosa. Unos satirizan a través de la caricatura mientras que Dieudonné lo hace a través de los monólogos.

 

Después de lo ocurrido en París, requerimos de jueces eruditos en el humor para aplicar un veredicto discrecional; requerimos de espeleólogos de la moral para que desciendan a las cuevas del humor y extraigan de ellas pruebas fehacientes para determinar qué humor es apologista del terror y qué humor es “decente”.

 

Época del imperio de la estética donde se están desmontando los viejos paradigmas diplomáticos cimentados por Henry Kissinger; los países han dejado atrás las guerras que vinculaban a la soberanía tangible con el poder. Hoy, y el futuro inmediato, veremos guerras personales frente a la soberanía (intangible) del otro. “El poder soy yo porque los políticos son la nueva especie de zombis”, sería la reflexión de moda. Ha nacido el fanatismo por las redes sociales. Un nuevo ejército está dispuesto a hacer la yihad a través de un tuit o el califato en tiempo real.

 

Edward Snowden nos reveló el verdadero poder de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) instaurado por el presidente-Acta-Patriota, George W. Bush. Calificamos al programa de espionaje PRISMA como un operativo lúdico gracias al ser-Narciso que recorre las redes sociales con entusiasmo. “Quiero ser espiado” se convirtió en la ley máxima de las redes. (En WhatsApp se traduce a través de las palomitas azules). Creímos al pellizco de monja que le dio Mark Zuckerberg a Obama cuando Snowden demostró que todos somos amigos de la NSA gracias a Facebook. Ahora, la realidad electoral.

 

David Cameron, en batalla electoral con el partido antiinmigrante UKIP, ofrece PRISMA a todos los británicos en caso de que lo reelijan. Todo vale por obtener unos puntos de popularidad. El rating de Hollande se ha disparado después de su excelente manejo de crisis en el caso Charlie Hebdo.

 

¿Pero qué hacer con el humor del desasosiego? Fin de la historia o fin del humor.