AUSTIN. Oklahoma reanudó hoy la aplicación de la pena de muerte con la ejecución del reo Charles Warner, la primera en este estado desde que en abril del año pasado un preso recibió una inyección letal defectuosa y agonizó durante tres cuartos de hora.

 

Todas las miradas apuntaban a Oklahoma tras la polémica generada en abril, pero en esta ocasión no hubo mayores sobresaltos que la propia ejecución: Warner, afroamericano de 47 años, fue dado por muerto a las 19:28 hora local (01:28 del viernes GMT)

 

Según Jerry Massie, portavoz del Departamento de Correcciones de Oklahoma, el preso tardó 20 minutos en morir y no hubo complicaciones.

 

Los periodistas testigos de la ejecución reportaron que Warner afirmó que su cuerpo “ardía” tras la inyección, que sintió “como si fuera ácido”, aunque constataron que no hubo contratiempos.

 

En la cárcel de McAlester (Oklahoma) hacía días que se preparaban para la ocasión y todo estaba listo para Warner, con una nueva sala de ejecuciones, funcionarios con una formación renovada y una potente inyección letal.

 

Toda prevención parecía poca tras lo sucedido el 29 de abril de 2014, cuando suministraron una inyección defectuosa a Clayton Lockett, que tardó 43 minutos en acabar con la vida del preso en un procedimiento que no suele durar más de un cuarto de hora.

 

La agonía de Lockett fue tal que los funcionarios de McAlester corrieron la cortina de la sala de ejecuciones antes de su muerte para evitar que los asistentes vieran el desenlace fatal.

 

Esa misma noche, dos horas después, era el turno de Warner, pero la ejecución fue suspendida, como todas las demás previstas hasta hoy.

 

La ejecución de este jueves, inicialmente prevista para las 18:00 hora local se retrasó unos minutos, ya que los abogados de Warner presentaron una apelación de última hora ante el Tribunal Supremo alegando que la nueva inyección estaba aún en fase de pruebas.

 

Los miembros del Supremo desestimaron la apelación por cinco votos en contra y cuatro a favor.

 

La mayoría de los jueces consideró que el nuevo protocolo establecido, que implica una mayor dosis de medicamentos en la inyección, la utilización de nuevos equipos para localizar la vena del reo o la posibilidad de posponer la ejecución en caso de problemas, era suficiente.

 

En ese momento, Warner ya había tomado su última cena, que se trató de 20 alitas de pollo de una conocida cadena de comida rápida, una hamburguesa de otro restaurante de este tipo, cuñas de patata, una ensalada de col tipo “coleslaw”, macedonia, golosinas en forma de gusano y un refresco.

 

El caso se remonta a agosto de 1997 en Oklahoma City, cuando Warner violó y asesinó a Adrianna Waller, un bebé de once meses que era la hija de su compañera sentimental.

 

La ejecución soliviantó especialmente a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), que en mayo del año pasado otorgó medidas cautelares a Warner con el fin de “proteger su vida e integridad” tras lo sucedido con Lockett.

 

El organismo alertó que la ejecución de Warner “contraviene gravemente las obligaciones internacionales” de Estados Unidos.

 

La de Warner es la tercera ejecución del año en Estados Unidos y la número 112 en Oklahoma desde que se reinstauró la pena de muerte en 1976, el segundo estado que más la aplica después de Texas (518).

 

En los próximos dos meses, Oklahoma tiene previsto ejecutar a otros tres presos.

 

 

DEC