Por Antonio Frias | @jafrias26

La fronteriza ciudad de Tijuana siempre ha sido un referente cultural; su cercanía con Estados Unidos y su alejamiento, en muchos sentidos, de lo que sucede en el centro de México la hacen un territorio único. Si a lo anterior le sumamos que es la urbe más visitada del mundo, la efervescencia es todavía mayor. Y si bien ha sido escenario de movimientos musicales y literarios —los beyondeados o Nortec Collective, por decir algo— también existe un submundo: el de los rechazados, los que se quedaron en el camino y terminaron en un mundo amoral y apocalíptico.

El director mexicano Ricardo Silva presenta en Navajazo, su ópera prima, un documental que demuestra su formación de sociólogo, su tacto como fotógrafo de nota roja y el morbo de colaborar con Laura Bozzo. Sin hilo narrativo real, la cinta nos presenta pequeñas viñetas con prostitutas adictas, pornógrafos idealistas, asesinos en busca de redención, músicos de estacionamiento, vagabundos alcohólicos, y demás personajes que sobreviven en esta zona, a la que bien se describe como el lugar donde terminó la civilización.

En pantalla somos testigos de escenas de sexo crudo, drogadicción sin maquillaje, desnudos retadores, golpizas gratuitas, actuaciones baratas y una larga lista de marginados; desgraciadamente, el cineasta no logra unificar las historias ni generar empatía. De hecho ni siquiera se termina por entender la situación de algunos. Por el contrario, pareciera que justamente busca la provocación, tal como lo describe el título: dar un navajazo al espectador, mostrar la realidad sin más, sin juzgarla ni explicarla. Somos testigos morbosos de ese universo catastrófico donde no hay límites, donde lo único que importa es vivir otro día.

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Cuando un turista visita TJ se puede llevar de recuerdo una foto en un punto turístico; el trabajo de Silva es lo opuesto, una postal de lo que no siempre se ve, pero está ahí. El desierto pelón, las chozas de basura, las calles con sol abrazador, la podredumbre económica y moral, así como la acechante muerte, son elementos innegables de este trabajo al que el director describe como “etnoficción”; un híbrido en el que mezcla la realidad manipulada con la antropología. Los personajes saben que están siendo grabados. Incluso cobran. Y, de forma consciente o no, se lucen, exageran sus improvisadas características; interpretan su papel.

Navajazo es un filme complicado, difícil de definir. Por momentos parece una provocación gratuita, algo cercano al snuff o al porno, en el que únicamente se explota la adicción y la necesidad. Son casi nulas las muestras de humanidad en los protagonistas. Simplemente funcionan como espectáculo de la decadencia; se drogan para que los veamos y “conozcamos” el problema de descomposición social. Sin narrativa ni profundidad, el recorrido a este submundo tijuanense se hace cada vez más incómodo de ver.

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Ganadora en el Festival Internacional de Cine de la UNAM, en el Festival de la Riviera Maya y en Locarno, el trabajo de Ricardo Silva seguro genera polémica, ya sea por los temas que toca o por la manera en que su mano (literalmente) exagera la realidad que documenta. Un mosaico decadente que nos deja varias dudas: ¿Esta realidad existe tal cuál la vemos en pantalla o preferimos negarla? ¿Hasta dónde se puede meter un documentalista con tal de lograr una escena?

Navajazo se exhibe hasta el 18 de enero en la Sala Matilde Lendeta de la Cineteca Nacional. Consulta los horarios AQUÍ. También puedes seguir la página oficial del filme en Facebook.

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