Más relevante que la noticia de que un millonario chino haya adquirido el 20% del Atlético de Madrid, lo es la escasa sorpresa o repercusión que hoy genera algo así.
Muy lejos queda la época en la que nos impactaba ver que algunos clubes de Europa eran captados por capital extranjero; dinámica inevitable de nuestros tiempos, si los equipos desean seguir compitiendo requieren de inversionistas amplios en recursos, los cuales de momento no abundan en Europa occidental; de tal forma que bienvenidos los cheques de Rusia, el Gofo Pérsico, Estados Unidos, India, China, el sureste asiático.
En España, por ejemplo, el Valencia ha tenido un buen rendimiento desde que pertenece al singapurense Peter Lim, así como el Málaga apuntó alto cuando llegaron los millones del jeque qatarí Abdullah al-Thani (hasta que se cansó del juguete y dejó de pagar sueldos) o el Racing de Santander cuando fue adquirido por el indio Ahsan Ali-Syed (su escaso legado, al margen de mucha polémica y mentira, fue prohibir la venta de jamón ibérico en el estadio por contravenir la ingesta de carne de puerco a la religión musulmana). Mucho más relevante ha sido la metamorfosis del Paris Saint Germain francés desde que fue comprado por la familia real qatarí.
No obstante, es en Inglaterra en donde la inversión extranjera se ha convertido en mucho más que una tendencia. De los veinte equipos que militan en la Liga Premier, apenas ocho tienen como máximo propietario a un inglés, casi la misma cantidad que los controlados por fondos estadounidenses (cinco: Arsenal, Aston Villa, Manchester United, Liverpool y Sunderland), aparte de uno ruso (Chelsea, además de un buen porcentaje del Arsenal), uno suizo (Southampton), uno sudafricano (Swansea), uno malayo (Queens Park Rangers), uno de Abu Dhabi (Manchester City), uno tailandés (Leicester City) y uno egipcio (Hull City). Auténtica Torre de Babel, con el añadido de la segunda división inglesa y sus doce clubes con dueño foráneo.
En Italia lo más sonado es que el Inter, perteneciente por muchísimo tiempo a la aristocrática familia Moratti, hoy es del indonesio Erick Thohir, así como el Parma –antes de la mutinacional de lácteos, Parmalat, que cayera en bancarrota– ahora es de una firma ruso-chipriota y la Roma resurgió gracias a la inyección de un grupo de magnates de ascendencia italiana en los Estados Unidos.
El resultado obvio de todo lo anterior es que ya no son escasos solamente los equipos que pertenecen a aficionados-socios (caso Real Madrid o Barcelona), sino que también empiezan a ser pocos los que mantienen como dueño a un personaje local.
Wang Jianlin, el empresario que ha comprado la quinta parte del Atlético, está entre los cien hombres más ricos del mundo y tiene tal nivel de liquidez que aprovechó un paseo por Madrid (precisamente con el presidente colchonero, Enrique Cerezo) para comprar el emblemático Edificio España. Al Atlético le urgía ampliar capital para salir de sus deudas y seguir siendo competitivo cuando emergió este magnate enamorado del futbol.
El único error que suelen cometer los clubes al integrar a un inversionista extranjero es pensar que sólo pondrán dinero y no se involucrarán en las decisiones. La historia ha confirmado que la abrumadora mayoría, como es de esperarse, tarde o temprano impone su voluntad.
El que paga manda, suele decirse; parte del riesgo que asume este futbol de Babel, insaciable en sus necesidades económicas.