No busque usted aplicar la vieja máxima de El Arte de la Guerra, “Enemigo de mi enemigo es mi amigo”. De hecho, la única empatía que encontraremos entre Atlético de Madrid y Barcelona, rivales este miércoles en Copa del Rey, será que coinciden en una enemistad superior hacia un tercero, sin que ese sentimiento anti-merengue alcance para hermanarlos o siquiera acercarlos.
Contrario, por ejemplo, a lo que acontece con un Real Madrid-Espanyol, quienes a su vez sostienen derbis ante Atleti y Barça, y sí dan la razón a la vieja frase de Sun Tzu; dicho emparejamiento capitalino-catalán es más un encuentro que un choque o duelo, jornadas plagadas de buenos tratos entre las directivas, abrazos, favores y, en cierta época, identificación política (recordando que los apodados “periquitos” solían asociarse con la Cataluña franquista que a su vez se agarraba del poderoso club blanco). Pero aquí, nada de eso.
La razón puede radicar en el origen: que para cuando el Atlético nació como sucursal madrileña del Athletic de Bilbao, el cuadro vasco ya mantenía con el barcelonista una férrea rivalidad, de tal forma que los colchoneros la heredaron. La rispidez incrementaría unas décadas más tarde, cuando el conjunto rojiblanco fue rebautizado Atlético Aviación en directo vínculo con las fuerzas militares que someterían, como a muchos más, a los catalanes.
En lo meramente futbolístico, el Atlético aprendió a vivir no sólo a la sombra del Madrid, sino también del Barcelona, erigiéndose tercera fuerza del balompié español en detrimento de su vieja casa-matriz, el Athletic. La historia pudo cambiar en 1973, cuando el Atleti estuvo a un minuto de ganar su primera Copa de Campeones de Europa; por escasos segundos, se habría adelantado en dieciocho años al primero título del Barça como monarca continental.
Todos quienes gustemos del futbol español tenemos en la memoria un Barça-Atlético: goleadas a favor de los primeros, sorpresivas victorias del lado de los segundos, eliminatorias que terminaron con expulsados e indignación popular, combates de permanente intercambio de metralla.
No obstante, como con casi todo lo que rodea al Atleti, esta historia cambia en definitiva a partir de Diego Pablo Simeone un poco como jugador y un mucho como entrenador. En el primer caso, fue el alma de aquel equipo que conquistó en la campaña 1995-96 tanto Liga como Copa del Rey (la final, contra el propio Barcelona, definida en tiempos extra). En el segundo, dio un giro definitivo en lo concerniente a esta rivalidad, al eliminar a los blaugranas de la pasada edición de la Liga de Campeones, para posteriormente arrebatarles la liga en pleno Camp Nou en la última jornada. Si algún aficionado culé todavía se atrevía a ver en el Atleti un sinodal menor, ese día se convenció en definitiva de lo contrario.
Por supuesto que el Atlético del apodado “Cholo” se ha ocupado también de modificar su tormentosa y masoquista relación con el Real Madrid, pero en lo concerniente al Barça, nadie en su sano juicio puede restar opciones a los colchoneros en estos cuartos de final de Copa del Rey. Incluso, diría yo, el Atlético, que tanto disfruta del aura de modestia y orfandad, es ligeramente favorito.
Lo único seguro es que se darán con todo, sin necesidad de que a su visceral relación se le llame clásico o derbi. Ahí, enemigo de enemigo es también enemigo.