El discurso esta vez es diferente. Los aires de impecabilidad que suele presumir la NFL, la apropiación del orgullo nacional, el puritanismo estadounidense sostenido –vaya paradoja–, de uno de los deportes con más complicada relación con los mundos del dopaje, las apuestas y el machismo, hoy no lucen tan firmes…, y la razón son unos balones desinflados.

 

Desde que la semana pasada se anunciara que fueron adulterados los ovoides utilizados para el ataque de los Patriotas de Nueva Inglaterra en la final de la Conferencia Americana, hemos pasado de suspicacia a controversia y de ésta a desilusión.

 

Foto Lati_ AP

 

 

Antes de que alguien se jactara de que fue un incidente aislado y atípico, Brad Johnson, mariscal de campo de Tampa Bay en el Súper Bowl de 2003, confesó haber incurrido en sobornos para que se manipularan todos los balones en ese, el partido más importante de su carrera. En resumen, que las trampas o ventajas obtenidas ilegalmente suceden con más recurrencia de los que se desearía admitir.

 

Sin embargo, a seis días del Súper Domingo no era común hablar de temas escabrosos, de trucos, de una artimaña que deja mal parada a la liga (¡¿nadie se cerciora del estado de los balones?!), y sí de estadísticas que generan fascinación: que es la jornada con el segundo mayor consumo de alimentos en los Estados Unidos sólo detrás del día de Acción de Gracias, que se colapsan las solicitudes de comida a domicilio en este país (48 millones, nueve de ellas de pizza) y se agotan las alitas de pollo (1,230 millones), que la derrama económica llega a los 150 millones de dólares en ciertas localidades norteamericanas, que nueve de los diez programas más vistos en la historia de esta nación han sido Súper Tazones.

 

Y, por supuesto, el show del medio tiempo que aplasta en expectativa al partido: un año atrás Bruno Mars y Red Hot Chilly Peppers superaron por más de tres millones de televidentes a lo que lograron Halcones Marinos y Broncos en el emparrillado. Por este evento han pasado personajes de la dimensión de Michael Jackson (1993), ZZ Top (1997), Aerosmith (2001), U2 (2002), Paul McCartney (2005), Rolling Stones (2006), Prince (2007), Tom Petty (2008), Bruce Springsteen (2009), The Who (2010) y Madonna (2012), tradición que comenzó en 1972, cuando Ellla Fitzerald canto en tributo al recién fallecido Louis Armstrong. Ahí estará Katy Perry y la podremos ver con cinco segundos de retraso, suficientes para que sus buenas costumbres y escotes sean monitoreados o, de lo contrario, censurados (la sombra de Janet Jackson y el seno expuesto en el Super Bowl de 2004).

 

Pero, decía, esta vez es diferente y la culpa es del denominado deflate-gate. Tom Brady está a un escalón del sitio máximo en el Olimpo del futbol americano: ha conquistado tres Súper Tazones y por delante sólo tiene a los tres veces triunfadores Joe Montana y Terry Bradshaw. Al mismo tiempo, el quarterback de Patriotas, quien es el más señalado por el incidente de los ovoides, se expone al estigma de su tercera derrota consecutiva. Para colmo, el ya retirado defensivo Ray Lewis, demeritó esta semana el sitio histórico de Brady.

 

Del otro lado, los campeones defensores, Seattle, vienen de la más épica calificación, luego de haber remontado marcador y todo tipo de errores frente a Green Bay. Saben que una victoria cambiará el sentido de esa franquicia y atraerá tintes de dinastía a la hegemonía que están ejerciendo.

 

Hay mucho que hablar del juego, los antecedentes y estadísticas, así como de las cifras de consumo y el show de medio tiempo, pero el camino a este Súper Domingo viene viciado. Y todo por la alteración hecha a los balones en la final de Conferencia Americana de más aplastante victoria en 24 años.

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