La Revolución Mexicana fue (junto al levantamiento Ruso de 1905) técnicamente el primer momento histórico, mundial, en ser filmado. Ya fuera porque Porfirio Díaz (en alguno de sus viajes mentales sobre el “orden y progreso”) consideraba al cine un adelanto tecnológico que debía traer al país, o porque la figura de Pancho Villa resultaba atractiva a extranjeros que querían conocerlo; la verdad es que para 1910 las cámaras cinematográficas empezaban a cobrar notoriedad en el territorio nacional; entre balas, polvo, trenes, caballos y cañones.
Y mientras en México crecían las tensiones políticas, en Rusia se maravillaban con el invento de los hermanos Lumière. Estudiantes de teatro, pintura y artes hacían sus primeros filmes. Para 1916 se hacían unos 500 al año; existían estudios e infinidad de salas, y la producción rebasaba la lograda en Francia e Inglaterra. En 1917, doce años después del estadillo de la primera etapa de la revolución, los bolcheviques instauraron el gobierno Soviético. Algo que impactaría en todas las esferas, particularmente en la del ya consolidado cine.
Es en ese contexto y con un afán nacionalista que Sergei Eisenstein dirige en 1925El acorazado Potemkin. Un filme que diseña con una visión totalmente diferente a la escuela occidental. En El acorazado Potemkin se conmemora una rebelión de marinos contra zaristas ocurrida en 1905. Y, aparte de la temática política, en este trabajo el ruso plasma lo que años antes había publicado en una revista artística: Su teoría del Montaje de Atracciones: dos imágenes, al estar juntas, pierden su significado autónomo y crean un tercer concepto.