Un planteamiento sensato y ya planteado con anterioridad: ganar Copa Oro y ser semifinalistas en Copa América.
Meta doble que no tiene razón para cambiar, porque evidentemente nuestra selección sí está obligada a imponerse a todas las de Norte, Centroamérica y el Caribe, tal como se entiende que si se compite en un contexto sudamericano, difícilmente dejaremos el segundo nivel: por detrás de las potencias Argentina y Brasil, y similares a Uruguay, Colombia, Chile (más allá de que estos tres representativos nos llevan amplia ventaja en el sitio que sus principales jugadores ocupan en los mayores clubes del mundo).
La declaración de Miguel Herrera es parecida a la reiterada rumbo al pasado Mundial: insiste en que se compromete y que el Tri irá a ganar los dos certámenes, eufemismo de lo mínimo aceptable: darlo todo en la cancha. La diferencia, más allá del discurso, es que sobre el terreno de juego eso sí ha sido una constante con el apodado Piojo como seleccionador tricolor.
Decía yo en este espacio durante Brasil 2014: México puede perder porque no le alcance lo futbolístico, pero ya no puede caer por culpa de lo mental. Al final Holanda nos eliminó más por lo primero que por lo segundo, lección que de nada sirve si no es aprendida: futbolísticamente no tenemos la misma capacidad que los máximos exponentes del balón; marcar de forma puntual y erradicar pérdidas de balón, maximizar las oportunidades al ataque en el penúltimo y el último toque, tener variantes y no ser predecibles, utilizar toda la cancha y ser impecables a lo largo de todos los minutos, velocidad y precisión, contundencia y oficio…, en todo eso, bien sabemos, seguimos lejos de los gigantes.
Lo anterior nos lleva al otro tema de actualidad que son los naturalizados, al que se refirió el director de selecciones, Héctor González Iñárritu: “la competencia es lo que te hace crecer (…) los jugadores naturalizados generan competencia entre los jugadores mexicanos”. El sentido común dicta que si se eleva la cantidad de extranjeros en un torneo, las oportunidades para el jugador local en automático disminuyen. No obstante, en las dos ligas más relevantes e importadoras de Europa, tenemos experiencias distintas. España, donde era habitual toparse con alineaciones de puros foráneos a fines de los noventa, hoy genera talento de incluso mayor calidad que Brasil. Caso opuesto, Inglaterra presume a menudo la competitividad y fuerza mediática de su Liga Premier, pero sigue teniendo una selección mediocre.
Ni España dejó de producir por culpa de las legiones extranjeras que llegaron a sus equipos, ni Inglaterra logró contagiar a sus locales con los astros que se integraron a sus clubes. Sucede que los ibéricos trabajan de forma espléndida en sus categorías inferiores y los británicos no. Ni más ni menos.
En resumen, que la distancia sigue fijada por lo mismo: detectar antes y desarrollar mejor el talento. En selecciones menores cada vez somos mejores; en la mayor, por positivas que sean las sensaciones, seguimos en el mismo sitio.
La forma de brincar al siguiente nivel es cumpliendo esa doble meta en los dos torneos continentales: hegemonía en Copa Oro, que luego debiera constatarse ante los mismos rivales en las eliminatorias, y semifinales en Copa América, que tarde o temprano tendrá que traducirse en por fin aspirar a ese título.