Uno de los asuntos más sensibles para los inversionistas, empresarios y analistas económicos tiene que ver -como en el deporte- con las reglas del juego. Cuáles son, con qué claridad están definidas, si facilitan o no el juego para los involucrados y -más importante aún- si el árbitro que las vigila las hace respetar contra viento y marea.
Incluso podrá un jugador no estar de acuerdo con alguna de las reglas del juego, pero sabe que éstas se aplican para todo mundo y que son consistentes en el tiempo, entonces está dispuesto a confiar en ellas más allá del desacuerdo.
El problema es cuando se cambian las reglas del juego a mitad del río generando zozobra y desconfianza entre los jugadores. Allí germina un problema de incredulidad, difícil de erradicar y que genera altos costos de transacción.
Todo esto viene a cuento porque el problema de fondo que enfrenta la política económica -y la política fiscal en particular- del gobierno de Enrique Peña Nieto es la pérdida de credibilidad, en parte por el cambio inesperado de reglas del juego, pero también por la incapacidad en la ejecución de sus objetivos.
Los pronósticos económicos planteados por las autoridades hacendarias han sido rebasados una y otra vez por la realidad, de tal manera que a estas alturas se cuestiona, con razón, cualquier estimación que haga la autoridad sobre el crecimiento económico o sobre el empleo o sobre el ingreso personal.
Lo acabamos de ver con el anuncio del recorte al gasto público. ¿Cuántos de esos recortes presupuestales anunciados realmente se implementarán en los próximos meses? La verdad es que hay muchas dudas sobre la eficacia y la voluntad de los funcionarios y políticos involucrados para lograrlo.
A estas alturas quién puede asegurar que el gobierno respetará sus metas en materia de déficit público, después de que ha cambiado en varias ocasiones no sólo estas metas, sino también las reglas para medirlas creando conceptos a modo.
Quién puede creer en las reglas del juego de un gobierno que hace de la licitación del primer tren bala del país -que correría de México a Querétaro- la puerta de entrada a un multimillonario programa de infraestructura sexenal, y días después revoca la concesión al ganador; para unas semanas más adelante volver a convocar a una segunda licitación y, luego, declarar pospuesto definitivamente el proyecto. Con esa peligrosa liviandad se han cambiado las reglas del juego.
Efectivamente. En poco tiempo, en tan sólo dos años, se ha dado una pérdida crónica de credibilidad hacia la ejecución y resultados de los planes económicos del gobierno federal, que se traduce en parálisis de los proyectos de inversión cuyos empresarios prefieren esperar a ver si no hay cambio de los planes en marcha.
¿Qué va a pasar en los próximos meses con los principales pilares de la reforma hacendaria que impulsó el gobierno? Mucho se especula porque la palabra empeñada por el titular de las finanzas del país está en cuestionamiento permanente.
La incredulidad ante las reglas del juego es la afilada guillotina que pende sobre el cuello del proyecto económico que pomposamente se nos vendió.
PREGUNTA
¿Acaso las fuertes pérdidas para los ahorradores por el desenlace del caso Ficrea fue producto de la incapacidad técnica de la CNBV sobre cómo resolver el asunto? ¿Pudo resolverse de otra manera el caso de esta sofipo que no había dejado de honrar sus compromisos con sus clientes?